Nueva York.- Considerado uno de los promotores cinematográficos latinos más comprometidos en la ciudad de Nueva York, Carlos A. Gutiérrez confiesa que un buen día fue a comprar cigarros a la Gran Manzana y nunca regresó.

“Fuera de broma, me mudé a Nueva York en 1996 para realizar una maestría en teoría y crítica de cine en la Universidad de Nueva York (NYU). Durante la maestría conocí en una clase de cine brasileño impartido por Robert Stam a Mónika Wagenberg, quien ahora dirige el Festival de Cine de Cartagena, en Colombia. Desde aquellos años entre ella y yo surgió la idea de crear la manera de exhibir más cine latinoamericano en Nueva York, que en aquellos años era escasísima”

Sería en el año de 2001 cuando Carlos A. Gutiérrez lanzaría oficialmente Cinema Tropical, que en su inicio surgió como un cine club en el Pioneer Theater del East Village de Manhattan, donde originalmente programaba ciclos de cine mensuales, con funciones cada miércoles.

“De ahí al poco tiempo dimos el brinco para convertirnos en distribuidores, y con los años fue creciendo el impacto e influencia de la organización para convertirse en una plataforma integral de promoción del cine latinoamericano en los Estados Unidos”.

Cinema Tropical es una organización sin fines de lucro que ha dado entrada al cine mexicano y al latinoamericano de gran calidad, así como a proyectos y directores que a su vez han recibido apoyo del Conaculta, a través del Instituto Mexicano de Cinematografía y sus diversos fondos de producción: Eficine, Foprocine, Fidecine, etc.

“Puesto que la estructura de Cinema Tropical es muy fluida, hemos podido crear sinergia creando una comunidad siempre con miras a difundir el trabajo de cineastas latinoamericanos y a la creación de públicos para este trabajo. Con un presupuesto limitado, en los últimos 13 años hemos estrenado en cartelera 18 películas latinoamericanos en Estados Unidos, más que ningún otro distribuidor en este país”, afirmó Carlos A. Gutiérrez.

El promotor cinematográfico considera que Cinema Tropical ha sido uno de los proyectos surgidos en Nueva York más nobles y con buena estrella. Aún recuerda cuando el segundo evento que organizó fue una función de la película Amores perros, con la presencia de los entonces no tan conocidos Alejandro González Iñárritu y Gael García Bernal.

“Fue esta película la que abrió el interés por el cine latinoamericano en Estados Unidos; la organización nació justo en ese momento preciso cuando empieza la revitalización del cine de la región a nivel internacional. Muchas de las películas que hemos presentado desde el principio se han convertido en cintas clave a nivel internacional: La ciénaga, de Lucrecia Martel; 25 watts, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella; Historias extraordinarias, de Mariano Llinás; Santiago, de João Salles y;Toro Negro, de Pedro González Rubio y Carlos Armella, entre muchas otras. El reto ahora es consolidar muchas de estas vetas que hemos ido abriendo, pues todavía hay muchísimo más potencial para asegurarnos que los directores latinoamericanos y sus películas obtengan la visibilidad y atención internacional que se merecen”. 

–¿Consideras que hay temáticas en el cine que se enriquecen al ser abordadas desde el punto de vista de los latinoamericanos?

–Sí definitivamente, la revitalización del cine latinoamericano tiene que entenderse también dentro de la historia reciente de la región. Tras la desastrosa década de los ochenta y el giro a la neoliberación económica de los noventa; fue a partir de fines de esta última década que hemos visto  prácticamente en toda Latinoamérica un empoderamiento de la sociedad civil y un sentido de urgencia política, con el sentimiento de que la región se juega a diario su futuro inmediato”.

–En este sentido, ¿cómo han participado los cineastas y artistas visuales?

–Han utilizado al cine como una herramienta para explorar temas, narrativas y estéticas que generalmente no presentan los otros medios de comunicación masivos tales como la radio, la televisión y la prensa escrita. Una particularidad clave para entender la producción cinematográfica de la región de los últimos años ha sido la diversidad. Hay cantidad de temáticas, narrativas y estéticas diferentes, por lo que no se puede catalogar como un movimiento uniforme y ortodoxo. Propondría hablar en plural de las cinematografías nacionales, ya que hoy en día no hay un cine mexicano como tal, hay varios cines mexicanos con diferentes modos de producción, metas, y propuestas artísticas que subsisten uno junto al otro”. 

–¿Cuál es tu opinión sobre la importancia que ha alcanzado el cine tanto de México como de otros países a nivel internacional?, ¿consideras que es una herramienta para abordar y profundizar en temas que comúnmente no vemos en otros medios? 

–Me parece que el cine está pasando por un momento extraordinario, aunque para mucha gente no lo parezca. El cine le está abriendo muchas posibilidades artísticas y de difusión a otras artes y oficios profesionales, tales como las artes plásticas, el teatro, la fotografía, la música y el periodismo. A nivel mundial cada vez escuchamos de más casos de escritores, artistas plásticos, fotógrafos y periodistas realizando largometrajes. En Latinoamérica ha pasado lo mismo, el cine se ha nutrido de todo este aporte creativo aunándose a la gran tradición cinematográfica de la región, creando toda una gran filmografía que muchas veces es más elocuente y más eficaz que el debate nacional que se da en otros medios de comunicación. El problema es que rara vez, salvo en casos muy específicos, como fue el de la película Presunto culpable, el cine es incorporado a estos debates nacionales”. 

–¿Cómo has percibido el desarrollo de la nueva pléyade de cineastas mexicanos e iberoamericanos en los últimos años, tanto en temáticas como en calidad?

–Para mi no hay lugar a dudas, por más de 15 años América Latina ha producido de lo mejor del cine a nivel mundial. El cine de la región se ha reinventado enteramente. Tras varios años de raquítica producción y periodos de sequía creativa, a lo largo y ancho del continente hemos visto nuevas generaciones de cineastas que en muy poco tiempo han podido consolidar una filmografía importante. Nunca antes tantos cineastas latinoamericanos habían debutado en el cine y más aún con mucha independencia creativa para poder realizar un trabajo personal.

–¿Qué otros cambios has visto?

–Los modos y financiamientos de producción se han diversificado y democratizado hasta cierta manera que eso ha permitido que los directores puedan conservar su libertad creativa, lo cual es muy difícil en otras partes del mundo como lo es en Estados Unidos. Irónicamente hoy en día es más fácil para un joven cineasta crear una carrera cinematográfica en Latinoamérica que en Estados Unidos. Y dentro de esta gran producción, se ha dado el surgimiento de grandes cineastas y de películas clave a nivel internacional. El problema es que como comunidad cinematográfica, aún no nos hemos percatado del alcance y la profundidad de esta gran producción artística latinoamericana, no ha sido validada ni entendida en toda su extensión”. 

–¿Cómo fue que te inclinaste por el mundo del cine? ¿Recuerdas algún pasaje importante en tu vida?

–De niño me gustaba mucho el teatro, pero a eso de los 18 años descubrí el cine y me convertí cinéfilo casi de inmediato, prácticamente abandonando el teatro. A la hora de elegir una carrera profesional, la cinefilia fue el factor más determinante. El cine se volvió casi una religión para mi (bastante heterodoxa, por cierto), pero curiosamente siempre supe que lo que más disfrutaba era ver las películas, no hacerlas. Estudié comunicación en la Universidad Iberoamericana y originalmente me incliné hacia la crítica cinematográfica, pero ya durante la maestría me percaté que había muchas otras áreas profesionales alrededor del cine que no había considerado, como la curaduría y la distribución, y al final orienté mi carrera profesional por ese lado. No me arrepiento, cineastas talentosos hay muchísimos, pero falta mucha profesionalización en general en el la “industria” del cine. Necesitamos crear mejores programadores, críticos, distribuidores, agentes de ventas y publirrelacionistas, que acompañen a esta gran producción cinematográfica.

–En países como México, ¿hay aún muchos problemas de distribución para los nuevos cineastas? ¿Cuál consideras que podría ser una solución?

–El problema está dejando de ser la distribución en sí y se está convirtiendo más bien en un problema de validación. Es decir, como espectadores muchas veces no nos damos cuenta que tenemos a nuestro alcance acceso a películas maravillosas (ya sea, a través de descargas de Internet, servicios de distribución on line, cineclubes, o los mismos circuitos de festivales de cine). La cuestión es que no sabemos que esas películas existen. La estructura de la distribución en el circuito de salas es muy arcaica, y en ese sentido muchas veces las películas que llegan a conseguir estreno en cartelera en las grandes cadenas de exhibición no son las mejores o las más relevantes.

En México particularmente hay muchos cineastas maravillosos, que son poco conocidos fuera de los circuitos especializados. Directores mexicanos como Natalia Almada, Pedro González-Rubio, Matías Meyer, Eugenio Polgovsky, Yulene Olaizola, Nicolás Pereda, entre muchos otros, deberían ser mucho más conocidos a nivel local. Hay que crear en el público en general el interés por estos y otros cineastas. Hay una gran falta de información sobre los directores y sus películas, y faltan programadores y críticos que estén acompañando la gran producción cinematográfica de los últimos años.

–¿Qué significa para ti radicar en Nueva York?, ¿Cómo consideras que la cultura mexicana es recibida en esa ciudad y que contrastes has encontrado con el contexto Latinoamericano?

–En estos 18 años que he vivido en la ciudad he notado un cambio importante y muy positivo en la percepción sobre América Latina en general, y sobre México en particular. A pesar de que en gran medida los medios masivos estadounidenses siguen enfocados en reducir la representación mexicana a temas del narco y la migración, a nivel cultural la oferta y la aceptación se ha diversificado tremendamente.

En los últimos dos años se han abierto cantidad de taquerías en Nueva York, el mezcal está viviendo un auge sin precedentes, y en las artes plásticas y el cine, el público en general se ha aventurado a experimentar otro tipo de temas y narrativas más allá de las referencias obvias. La cultura y los artistas latinoamericanas han ganado muchísimos espacios en una ciudad como Nueva York, pero hace falta empezar esta conexión con el mainstream. En lo personal, y a pesar de que la ciudad ha cambiado no necesariamente para bien en estos últimos años, lo que me gusta más de Nueva York es la posibilidad que uno tiene de ser local y foráneo al mismo tiempo sin que eso sea una contradicción”.

Información: HBL

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