La filosofía y la poesía han sido los ejes rectores de la vida de Jaime Labastida, quien este miércoles 15 de junio celebra su cumpleaños número 77.

De acuerdo con el escritor Vicente Quirarte, el también editor, periodista, ensayista  y académico originario de Los Mochis, Sinaloa,  “ha sabido ser fiel a los reclamos de sus dos alas, enriquecer su vuelo con ambas experiencias y permitir el lenguaje particular de cada una”.

Destacó que “en la precisión cartesiana halló caminos que su inteligencia y sensibilidad le dictaban. Sin embargo, la satisfacción es consuelo de los tibios, y el joven Labastida comprendió que había que ejercer la otra arma que su vocación temprana había descubierto, también, como la filosofía, de manera fatal e insobornable: la poesía, esa práctica absurda y estoica que no se vende porque no se vende”.

Fue así que en la década de los sesenta del siglo pasado, Jaime Labastida formó parte del grupo literario La espiga amotinada, renovador de la poesía mexicana con su compromiso social y apertura de ideas.

“Integrante de una generación que vivió su juventud en un momento de rebelión radical contra los edificios que habían sido levantados aparentemente con los sólidos cimientos de la razón, Labastida exaltó la supremacía de la imaginación, es cierto, pero igualmente se afanó en practicar un discurso poético que evitara la peligrosa teoría del reflejo y el cultivo de una poesía exteriorista que todo lo apostara a la emoción circunstancial o a la prédica ideológica”, apuntó Vicente Quirarte en un texto leído durante un homenaje a Jaime Labastida, en el Palacio de Bellas Artes.

De acuerdo con el académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua Adolfo Castañón, la actual división de los oficios y prácticas literarias es artificial, reciente.

“En el origen o en un horizonte más abierto en el tiempo, el trabajo con el logos, con el verbum desemboca y fertiliza diversos territorios. Hay un sistema de vasos comunicantes, un ritmo conceptual que alienta y vertebra en la obra de Jaime Labastida el decir poético. Se puede pensar, por ejemplo, en una lectura singular de los filósofos pre-socráticos griegos, en particular de Heráclito, aunque cabría pensar en otros como Anaximandro”.

Al tratar la faceta de Jaime Labastida como poeta, subraya el cuidado, la conciencia formal, la técnica, la destreza de la prosodia aunada o acompañada de una materia sensitiva, conceptual.

“La armonía es quizá, a mis ojos y oídos, la característica o rasgo principal de su obra poética. Una obra ambiciosa que conoce diversas épocas y estilos, pero que se distingue por una escritura que cabría alinear en los modos de un decir clásico.

“Labastida busca y quiere inscribirse en una tradición cuyos eslabones más significativos serían, además de la poesía del Siglo de Oro español, Salvador Díaz Mirón, José Gorostiza, Octavio Paz, Alí Chumacero, entre los maestros del pasado. Tiene afinidades con el quehacer poético de Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde. Sin embargo, para ser justos habría que hablar de títulos y poemas concretos. En sus libros más recientes, Elogio de la luz, La sal me sabe a polvo, En el centro del año (2013), se da una aspiración a enunciar en un poema extenso ciertas experiencias de la mente y de la conciencia, ciertas experiencias de la autoconciencia, de la conciencia de sí y de la conciencia compartida”.

El editor, poeta y ensayista señaló que el valor de la poesía de Labastida radica en la fidelidad o continuidad hacia ciertos ejes: “La lealtad a las propias obsesiones y en última instancia a la propia vocación poética. Esa lealtad la veo como una perdurable frescura, una aspiración a lo que no se marchita y busca salir o salvarse del tiempo a través del poema y de la escritura poética”.

Entre las obras de Jaime Labastida inscritas en este género literario se encuentran El descenso (1965); La feroz alegría (1965), A la intemperie (1970), Obsesiones con un tema obligado (1975), Las cuatro estaciones (1981), Plenitud del tiempo (1986), Toda la muerte (grabados de Francisco Moreno Capdevila (1989), Dominio de la tarde (1991), Animal de silencios (1996) y Elogios de la luz y la sombra (1999).

El actual director de la Academia Mexicana de la Lengua (AML) ha recibido diversos reconocimientos entre los que destacan el Premio Nacional de Poesía y Literatura, el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008 y la Medalla de Oro de Bellas Artes.

Información: FSM

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