El lenguaje estético moderno en México tiene sus raíces en el siglo que lo precedió, puesto que el gobierno durante la República Restaurada, en 1867, se vio en la necesidad de cohesionar y justificar un Estado relativamente nuevo. Mediante la aseveración de una historia común, la propuesta echó mano de la producción artística para crear un índice de referencia nacional en el que se privilegió el género histórico, el retrato y el costumbrismo para legitimar a la población de todos los sectores. En paralelo a estas propuestas, hubo un esfuerzo por establecer el reconocimiento de México en el ámbito internacional por medio del art nouveau con acentos simbolistas, tan común en Europa. Uno de los grandes representantes de la tendencia modernista fue Julio Ruelas. La academia se encargó de brindar a sus artistas más prometedores un amplio abanico de referencias artísticas en una gran gira por Europa, de ahí que varios creadores hayan permanecido una etapa de su vida en el Viejo Continente. Durante dicho viaje, fueron capaces de incursionar en la vanguardia del momento, donde propusieron y reinterpretaron una variedad de estilos. Como se podrá apreciar más adelante, sobre todo, el interés de Diego Rivera y Ángel Zárraga por el cubismo, al cual tiñeron con un matiz propio, y su consecuente regreso al orden.

La Revolución mexicana tuvo una enorme injerencia en la conformación del país tanto en el ámbito político, como en el histórico y cultural. No se debe dejar de lado que el conflicto armado cobró millares de vidas y cambió la estructura social del país y, en consecuencia, sus lenguajes estéticos. Sin duda, la expresión plástica más trascendente, aunque no la única, que se formuló a partir de los relatos de la Revolución fue el muralismo, epítome de la búsqueda incesante por un idioma estético nacional. Desde esta postura, emergieron los llamados Tres Grandes: Rivera, Orozco y Siqueiros. El nacionalismo que se institucionalizó en la plástica —con el apoyo de personajes como José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación Pública, que impulsó el arte mural como una forma de transmitir los ideales de la Revolución— tuvo un enfoque dependiendo de quién fuera el emisario. Con la revaloración del pasado se lograron tanto críticas como proyecciones al futuro. Por medio de la manifestación de ideologías izquierdistas y de la experimentación con materiales innovadores, los artistas mexicanos del siglo XX hicieron una propuesta única y poderosa que logró trascender fronteras.

Debido a la fama y visibilidad que logró la Escuela Mexicana de Pintura representada por los Tres Grandes, otras propuestas estéticas quedaron opacadas. Uno de los movimientos más vanguardistas de ese momento fue el Estridentismo, liderado por el poeta y funcionario público Manuel Maples Arce. Esta propuesta contó con un manifiesto que muestra influencias del futurismo italiano, el dadaísmo y el ultraísmo. Predicaba la actualización de las representaciones estéticas y la superioridad de la urbe, la tecnología y la industria. Formaron parte del movimiento importantes artistas como Ramón Alva de la Canal, Germán Cueto y Fermín Revueltas, entre otros. El movimiento abarcó la pintura, la fotografía, la literatura, el grabado y la música. Durante esa época, el grabado tuvo un gran auge gracias a las propuestas de grupos como el ¡30-30!, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y posteriormente el Taller de la Gráfica Popular. La inclinación por el grabado, impulsado en un principio por el francés Jean Charlot, se debió a su fácil reproducción y se usó para promover las ideologías de corte revolucionario generadas en los grupos.

El impacto de la producción de los llamados Tres Grandes trascendió del aspecto artístico, ya que lograron obtener proyectos en otros países como Estados Unidos. A partir de 1929, Estados Unidos se sumió en la mayor depresión económica conocida hasta el momento y buscó soluciones que proporcionaran trabajo a todos los ciudadanos. El presidente Franklin D. Roosevelt, quien gobernó ese país de 1933 a 1945, creó el programa político New Deal, que incluía el Public Works Art Project (PWAP). Éste se transformó en el Works Progress Administration’s Federal Art Proyect (WPA/FAP) y emuló de manera cercana el proyecto de José Vasconselos. John Dewey, director del proyecto, pensaba que el programa mural mexicano ayudaría a enriquecer la vida creativa en Estados Unidos y brindaría un ejemplo de arte con mensaje social, según Francis V. O’Connor. Por otro lado, poco después de la Revolución y hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, México se convirtió en un receptáculo de artistas estadounidenses y de varias nacionalidades de Europa. El país fue el punto de encuentro de poetas, pintores, cineastas y fotógrafos que se refugiaron de las situaciones violentas de sus países y transformaron al país en un crisol de lenguajes estéticos dotados de tonos únicos. El surrealismo se encontró con un realismo mágico y generó su propio ser.

Palabras de Rafael Tovar y de Teresa
Presentación de Agustín Arteaga | Curador

SEDE: rmn-grand palais
FECHA: 5 de octubre 2016 al 23 de enero 2017
Curaduría: Agustín Arteaga


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