Efrén Hernández, el autor revalorado de la literatura mexicana
Comunicado No. 175/2011
28 de enero de 2011
***Conaculta rinde homenaje al autor de Tachas en el 53 aniversario de su fallecimiento
“Al cabo del regreso del más largo, descaminado y, asimismo, sin fruto de mis viajes; con todo el mal aspecto de un vagabundo extraño; maquinal, sin destino, borrado, humildemente; vine, llamé a mi puerta y pregunté por mí mismo”, así comienza Autos, novela inédita, recopilada junto con varias poesías, cuentos y otras dos novelas en las Obras completas I (FCE, 2007), de Efrén Hernández, revalorado a partir de su redescubrimiento, y que día con día adquiere una dimensión adecuada al valor de su literatura. Conaculta rinde homenaje al escritor en el 53 aniversario de su fallecimiento que se cumple este 28 de enero.
Considerado el cuentista “más extraño” de la literatura mexicana, también Octavio Paz lo describió como un “original” porque su escritura “descendía a los orígenes de las cosas”, y el crítico Emmanuel Carballo lo situó al lado de autores como Julio Torri, Juan José Arreola, Juan Rulfo y Carlos Fuentes.
El narrador, poeta y editor Efrén Hernández, nació en León, Guanajuato, el 1 de septiembre de 1904 y falleció el 28 de enero de 1958.
La edición de las Obras completas de Efrén Hernández, por parte del Fondo de Cultura Económica, ha permitido establecer el volumen definitivo de su obra, así como su valía intelectual y crítica. El compilador de este trabajo, Alejandro Toledo, señaló que parte del olvido en que se encontraba la obra de Hernández se debió al propio escritor que fue un tanto “marginal”, parte de un grupo de autores discretos, casi subterráneos, que a pesar de ser reconocidos en los círculos literarios, han sido escasamente leídos.
También a Hernández, en sus últimos años vivía, lo absorbió el trabajo editorial que realizó como subdirector de la revista América, donde se dieron a conocer autores que más tarde serían figuras prominentes de las letras: Rosario Castellanos, Margarita Michelena, Dolores Castro, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández, Jorge Ferretis y, claro, Juan Rulfo.
Toledo explicó en su momento que Hernández “era raro en su persona, cuando se le rompían los lentes (por ejemplo) ataba el puente con diúrex. Siempre fue un poco fachoso, no cambiaba mucho de traje, no era muy presumido, se le ocurrían cosas extrañas, era un ser peculiar”.
Hernández, que sólo estudió los primeros años de derecho, fue un autor fiel a un mundo creativo propio, escribió varios géneros: cuento, novela, poesía, teatro y crítica. Se dio a conocer en 1928 con su relato Tachas, que está considerado como uno de los mayores ejemplos de la cuentística mexicana.
Autosemblanza
“Mi afición a la literatura, creo yo, es heredada. Más de cuatro parientes míos, de la generación de mi padre hicieron versos”, escribió Hernández en su “ficha autobiográfica”, consignada en el Material de lectura (UNAM), dedicado a su obra.
Describe las dificultades que tuvo que pasar para estudiar hasta la prepa, por quedar huérfano de padre a los 14 años, desempeñando diversos oficios: “Así se explica que haya ido y venido tanto en tantas direcciones sin atinar ninguna. Primero fui aprendiz de botica, después mozo del mismo juzgado en que mi padre había sido juez, y en lo que sigue, y por el orden mismo en que lo apunto: aprendiz de zapatero, aprendiz de platero, dependiente en tienda de ropa, etc. Y mientras tanto fui pagando materias de preparatoria…”
Llegó a México en 1925, pero pronto abandonó sus estudios de derecho “por haberme parecido vacío y sin meollo de sustancia verdadera lo que ahí se aprende”. Y se entregó al estudio autodidacta de la literatura, sobre todo de los poetas del Siglo de Oro. “En mi formación no cuento, pues, sino la preparatoria, y la escuela, a mi modo de ver, aún más importante, de la vida directa, del contacto con los hombres de carne y hueso, y con los libros buenos y el mundo”.
Efrén Hernández no tuvo tiempo de ver la repercusión de su labor en la vida literaria mexicana. Murió el 28 de enero de 1958, en el Distrito Federal, a los 54 años.
Poeta y novelista
“Mientras sus contemporáneos buscaban con avidez el remozamiento de las letras nacionales en ejemplos provenientes de otras lenguas —particularmente la francesa—, él se mantuvo apegado a la tradición castellana y, lo mismo en verso que en prosa, prefirió recurrir a las grandes figuras de los Siglos de Oro que vivifican sus métodos expresivos y le cedieron los moldes para verter su emoción personal y el afán de percibir insólitos matices del mundo inmediato”, destacó el poeta Alí Chumacero sobre las influencias de Hernández.
En buena proporción, añadió Chumacero, su prosa es un puente apto para mantener la continuidad de ciertos escritores mexicanos que, como inmediatamente antes lo había hecho Micrós (1868- 1908), suelen descubrir en la palpitación de lo nimio, en la pequeñez de la vida cotidiana, el temblor de la existencia.
“Delgado a más no poder, bajo de estatura, extravagante en el vestir y malicioso como pocos, Efrén Hernández era dueño de una inteligencia insinuante que se encubría con la ingenuidad premeditada de quien ignora el entusiasmo del optimismo… Si algún epíteto le corresponde es el de divagador. De la brevedad de la vida a la amplitud de la alcoba, de la distracción al sueño, de ventanas a nubes, su pluma saltaba ágilmente conducida por una diversidad de ideas que desembocaban a veces en el ámbito de la incertidumbre”, lo describió el autor de Palabras en reposo.
“No había en sus novelas y cuentos la heroicidad que asombra, ni los gritos que ensordecen; tampoco recurrió a gruesas pinceladas para poner ante nuestros ojos personajes violentos o animados por la grandeza de sus ademanes, ni concedió a su oficio distinto destino que reflejar el espíritu de quien, aun en horas gratas a la desmesura imaginativa, sabía otorgar preeminencia a la razón. Frecuentemente a su poesía llegaban ecos de antiguas voces y procedimientos —palabras poco usadas, frases que se anudan con digresiones, imágenes que pecan de sinceras— que al descender a su soledad se enriquecían con sensaciones impulsadas por una doliente reflexión”, concluye Chumacero.
Editor de Juan Rulfo
“Me conocía harto pícaro y harto mosca muerta y mátalos callando, y precisamente en estas malas propiedades basaba mi satisfacción, y en estas dotes, en rigor negativas, ponía toda mi complacencia”, describió Hernández a uno de sus personajes, que también lo definen.
Es conocida la trayectoria de Hernández, como subdirector de la revista América, editada por el Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública, dirigida por Marco Antonio Millán, entre 1942 y 1960.
La investigadora Lourdes Franco Bagnouls, en entrevistas con La Jornada (2004), destaca que América fue “uno de los eslabones más trascendentes en la larga cadena de consolidación de la literatura mexicana”.
Además de sus propios cuentos y poemas, Hernández publicó en América ensayos en los que Franco Bagnouls distingue “una clara conciencia de época, un espíritu crítico mordaz y una dialéctica que nos ofrece la perspectiva clara de un México en proceso de revisión profunda”.
Es conocida la anécdota de que el joven escritor, aún inédito, Juan Rulfo conoció a Efrén Hernández en las oficinas de Migración. El olfato de editor de Hernández impulsó a Juan Rulfo a publicar en América sus primeros relatos.
Rulfo lo recordó en un texto elaborado en 1985, con motivo de los 30 años de la publicación de Pedro Páramo. “Tuve la fortuna de que en Migración trabajara también Efrén Hernández, poeta, cuentista, autor de Tachas… Efrén se enteró, no sé cómo, de que me gustaba escribir en secreto y me animó a enseñarle mis páginas. A él le debo mi primera publicación: La vida no es muy seria en sus cosas.”
Rulfo añade en sus rememoraciones que Hernández logró “sacarle”, además los cuentos La cuesta de las comadres, Talpa y El llano en llamas, en 1950, y Diles que no me maten, en 1951, que fueron publicados en América y después, ya como libro, bajo el título de El llamo en llamas.
La obra de quien está considerado como “novelista extraordinario y ensayista mordaz”, fue publicada en su tiempo pero muy poco entendida, a lo que se suma una distribución deficiente. “El resultado –explicaba el propio autor– ha sido: algunos cuentos, algunos versos, una pieza de teatro, dos novelas, y un libro ya casi terminado, de ideas y de definiciones”.
Destacan los siguientes títulos: Tachas, cuento publicado por la Secretaría de Educación en el año de 1928. El señor de palo (cuentos), Editorial “Acento”, 1932. Cuentos, Edición de la Universidad, 1941. (Aquí se incluyen los cuentos antes mencionados, y otros cuatro). Entre apagados muros (poesía). Edición de la Universidad Nacional de 1943. La paloma, el sótano y la torre (novela), 1949. Cerrazón sobre Nicómaco, ¿cuento largo; novela corta? Edición del autor, 1946. Y varios, incluyendo crítica, en diarios, libros hechos en colaboración como Ocho poetas mexicanos, y revistas.
Hernández también cultivó la poesía, de la que se editaron dos volúmenes: Entre apagados muros y Hora de horas. Al respecto, Carballo distingue en el trabajo poético de Hernández “un esfuerzo apreciable para revitalizar los moldes del Siglo de Oro español”.
En el Fondo de Cultura Económica se pueden hallar las Obras completas I (2007), y también la antología Obras (poesía, novela, cuentos; Colección Letras mexicanas; reimpresión, 2004), de Efrén Hernández.