"Zapata en Morelos" muestra la presencia del Caudillo del Sur en la vida, el arte y la historia de México
Comunicado No. 1005/2010
05 de julio de 2010
***La muestra reúne objetos personales de líder agrarista, fotografías, documentos, audiovisuales, óleos y muebles históricos en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec
Las prendas que portaba Emiliano Zapata el día de su asesinato, el rifle y la pistola que le regaló Francisco Villa, fotografías de su humilde vivienda en Morelos, oleos de artistas que lo han inmortalizado como un icono de nuestra cultura, documentos, mapas y objetos de la Revolución, son algunos elementos que reúne la exposición Zapata en Morelos, que se presenta en el Museo Nacional de Historia.
El historiador, curador y director del recinto, Salvador Rueda Smithers guió el recorrido por la exhibición a través de diversas salas del primer nivel del Castillo de Chapultepec, donde se muestra el marco histórico en el que se inició la Revolución Mexicana, subrayando la ostentación de las haciendas, el surgimiento de Zapata como ídolo del pueblo y su influencia a lo largo de las décadas.
Acompañado por Lourdes Herrasti, coordinadora nacional de Museos y Exposiciones del INAH y Hugo Salgado, secretario de Turismo de Morelos, Rueda Smithers afirmó que esta muestra realizada con el apoyo del Conaculta, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia y el gobierno del estado de Morelos, representa un ajuste de cuentas de los zapatistas con la historia.
“Su origen humilde es el que da a Zapata y al zapatismo su fulgor en la historia. Decía Luis Cardoza y Aragón que el Plan de Ayala es el documento que da origen al siglo XX mexicano. Con este plan el campesino recupera su identidad jurídica y por ello en la exposición se destaca su importancia”, refirió Rueda Smithers.
El investigador expuso que la muestra se divide en tres principales ejes temáticos que aluden primeramente a los efectos y causas que motivaron el descontento de los mexicanos, mostrando datos sobre el periodo porfiriano y la vida de los grandes hacendados, para después ocuparse de la evolución iconográfica de Zapata como personaje que siempre ha sido legible en nuestra historia.
“Zapata es en sí una obra de arte cuyo rostro ha sido plasmado en innumerables piezas, propaganda, documentos, banderas. La tercera parte de la exposición está dedicada a la memoria, a través de los veteranos zapatistas que construyen un discurso sobre esos años”, señaló Salvador Rueda.
El curador y director del Museo Nacional de Historia recordó que Zapata nació el 8 de agosto de 1879 en una familia de Anenehuilco, Morelos, fue caballerango y se dedicó a la siembra y cosecha, dentro de un sistema que sólo favorecía a los hacendados. Un día de marzo de 1911 dejó de ser el sencillo hombre de campo orgulloso de la tradición charra, para encabezar una lucha centenaria, apoyando a Madero.
“Lo apodaron el Atila del Sur, en respuesta a la firma del Plan de Ayala, el 28 de noviembre de 1911. Zapata y los suyos dejaron desde un principio claros sus propósitos: recuperar la tierra y la dignidad”.
El también académico indicó que al estallar la Revolución, a los miembros de las huestes de Zapata se les llamó “sombrerudos” para denigrarlos. El amplio sombrero de palma, el calzón blanco de manta, el rifle de segunda mano y el zarape, eran signos de pobreza y amenazadora barbarie. Sin embargo hacia 1914 esos mismos signos se volvieron emblema de redención de las injusticias en el campo mexicano.
Rueda Smithers señaló que dentro de la exposición se subraya cómo este movimiento influyó a numerosos artistas, entre ellos Diego Rivera, quien en 1915, en París, pintó Paisaje zapatista, uniendo bajo las pautas del cubismo varios elementos de la cultura y la geografía del centro-sur de México y mostrando al sombrero, el zarape y el rifle como símbolos del cambio.
“Paisaje zapatista es también la primera pintura de la Revolución, en ella el orgullo de México no se asienta en las haciendas modernas sino en el orgullo del campo de hondas raíces históricas”.
En la sección dedicada a los objetos personales de Zapata, los asistentes conocieron el traje y el sombrero que portaba el 10 de abril de 1919 cuando fue asesinado. Asimismo se exhibe un ajuar de caballo, la cama donde dormía el caudillo en su casa natal, la pistola que le regaló Francisco Villa, un gasné y chapetones de plata con la figura labrada de un león.
“Según cuenta la leyenda, Zapata se volvió con el tiempo muy desconfiado y solía utilizar un doble para que acudiera a las entrevistas. Se dice que el día de su muerte fue asesinado el personaje anónimo que lo representaba y que Zapata, en el imaginario popular, huyó hacia Arabia, llevado por un amigo de Oriente, donde llegó a la vejez, por supuesto esas historias muestran el deseo del pueblo por mantener vivo a sus iconos”.
Mención aparte merece la exhibición de la silla presidencial donde fue fotografiado Zapata junto a Francisco Villa, durante su arribo a la Ciudad de México. Labrada con diversos símbolos patrios en tonalidades doradas y con cojines rojos, la silla, recordó Rueda Smithers, es muestra también de la personalidad del caudillo, quien a diferencia de Villa no quiso sentarse en ella.
Durante el recorrido el historiador señaló que en la exposición se remarca que Zapata como personaje historiográfico se delinearía como una sombra: la sombra del caudillo, un símbolo semántico cuya materia es la suma de signos diversos se ajusta a las necesidades narrativas de la historia del periodo revolucionario.
“Sin duda es el protagonista del capítulo final que se clausura entre 1911 y 1920, diciendo entre líneas que hay males que duran 100 años, pero que no son eternos”.
En la sección dedicada a la vida ostentosa en las haciendas, se muestran mapas, documentos e instrumentos de siembra y molienda en los que los peones trabajaban gran parte del día. Destaca también la pintura al óleo de Porfirio Díaz, quien aparece vestido de uniforme y con numerosas medallas.
Entre los datos que se exhiben en esta sala, resalta la información del investigador Arturo Warman, quien menciona que en tiempos del porfirismo un jefe de familia sembraba 50 mil varas, equivalentes a 3.5 hectáreas. Esta superficie sembrada en maíz producía de 30 a 40 cargas como máximo, que a precios corrientes de la época de 1910, tenían un valor comercial de 320 pesos, que no era suficiente para que viviera una familia promedio.
“Para los hacendados su orgullo descansaba en la producción de negocios como el azucarero, trayendo trapiches y desfibriladoras importadas, alimentadas con la leña de los bosques comunales.
Repuso que las haciendas azucareras como Santa Inés, Temixco, San Vicente, Hospital, Tenango o San Carlos, de Morelos, tierra de Zapata, eran de las más modernas de mundo, no obstante el progreso de los hacendados contrastaba con las condiciones en las que vivía el resto de la población.
“Para la memoria popular el signo Zapata cambió todo: el tiempo, el mundo, a la gente, nada continuó sin transformación. El porfirismo era un tiempo liquidado por la presencia del caudillo símbolo de la Revolución, su mera presencia inventó lo que hoy llamaríamos una novedosa geografía nacional con paisajes revalorados”.
Y agregó: “La memoria de los zapatistas ha interpretado su realidad y logrado su lugar en el mundo, con la guerras lograron quitarse el dominio de los hacendados, por ello, el zapatismo, así pensado es un ajuste de cuentas con la historia”.
Zapata en Morelos, se exhibe a partir del 6 de julio en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, de martes a domingo, de 9 a 17:00 horas.