El Cerro de la Estrella, testigo de la ceremonia del Fuego Nuevo de los mexicas
30 de marzo de 2011
***En el área se encuentran la Zona Arqueológica con su Museo de Sitio que custodia el INAH-Conaculta, allí se sacrificaban prisioneros en honor al Sol, deidad a la que adoraban

La Zona Arqueológica del Cerro de la Estrella que custodia el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), ubicada en la delegación Iztapalapa del Distrito Federal, fue conocida en la época prehispánica como el sitio dedicado a la ceremonia del Fuego Nuevo Huizachtecatl, sitio de profunda importancia para los pobladores del Altiplano y sus alrededores debido a que en él se realizaba la ceremonia del Fuego Nuevo, mediante el sacrificio de un prisionero para evitar la muerte del Sol, deidad a la que adoraban.
El Cerro de la Estrella se localiza en el sureste de la Ciudad de México, a una altitud de dos mil 460 metros sobre el nivel del mar y su cumbre de encuentra a 224 metros sobre el nivel medio del valle de México. Su acceso es por calzada Ermita-Iztapalapa; antes de llegar a avenida Rojo Gómez se toma el camino que lleva al lugar conocido como El Calvario.
El paso con vehículo está permitido sólo hasta el museo de sitio, (abierto de lunes a domingo de 9:00 a 17:00 horas, con acceso libre) en el que se exponen piezas de culturas que se asentaron en este lugar, desde el Preclásico Medio (1000 a.C.) hasta la llegada de los españoles, según estudios arqueológicos.
De acuerdo con un texto del arqueólogo Enrique Méndez Martínez, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, los primeros pobladores del sitio se asentaron en las laderas del Huizachtecatl, donde fundaron aldeas, practicaron una incipiente agricultura y tuvieron una organización social rudimentaria. Se cree que estos grupos realizaron los petroglifos que se localizan en el lugar conocido como Cerro Chiquito.
En la parte poniente de Huizachtecatl se han descubierto materiales cerámicos y líticos que al parecer corresponden a los años 500 al 100 a.C. y se asemejan a los que fueron localizados en la región de Zacatenco. Las construcciones que se edificaron entre los años 100 y 650 d.C. se encuentran en la parte norte, y sus restos consisten en cimientos y muros de palacios que presentan influencia teotihuacana.
Algunos vestigios arqueológicos revelan la existencia de una zona habitacional en la mitad del cerro, la cual corresponde al horizonte Clásico Tardío (600 a 900 d.C.). En esa época se construyeron numerosas estructuras de tipo civil para atender el aumento de la población. Desafortunadamente, las evidencias se han perdido bajo los actuales asentamientos.
Sahagún, Motolinía, Torquemada y los Anales de Cuautitlán, entre otras fuentes, señalan que alrededor de los años 900 y 1300 d.C. los chichimecas se asentaron en la parte poniente del cerro, donde fundaron el pueblo de Culhuacán.
Estos pobladores lograron importantes avances tecnológicos y sociales; al perecer estuvieron regidos por un sistema teocrático y posteriormente, por una dinastía de reyes. Entre los años 1300 y 1521 d.C. los mexicas invadieron el área, sometieron a sus habitantes y, para vigilarlos, fundaron el pueblo de Iztapalapa que junto con el de Culhuacán, tenía la función de proteger por el sur a la Gran Tenochtitlan y de proporcionar alimentos a los habitantes del centro.
En esa época fueron construidas las plataformas que se encuentran en la cima del cerro. Los mexicas concebían el universo como una gran flor de cuatro pétalos, en el centro de la cual se encontraba la Gran Tenochtitlan.
Cada pétalo representaba uno de los cuatro puntos cardinales; la región del este estaba simbolizada por el glifo de acatl (caña), el oeste por el de calli (casa), en el norte por el de tecpatl (cuchillo de pedernal) y en el sur por el de tochitl (conejo). Como una tradición heredada de los toltecas, adoraban al Sol, deidad que regía la vida de todos los seres y creían que para agradarle era necesario alimentarlo con los corazones y la sangre de los guerreros que habían hecho prisioneros.
Por ello, cada 52 años, cuando coincidía el inicio de los calendarios (el religioso y el civil), la clase sacerdotal realizaba la ceremonia del Fuego Nuevo para evitar la muerte del Sol, la cual, pensaban, ocasionaría la total oscuridad del universo, permitiendo el surgimiento de los tsitsimeme, entes devoradores de seres humanos.
Al atardecer del gran día los sacerdotes principales se vestían con sus mejores galas y encabezados por el sacerdote del barrio de Copolco, se dirigían a la cima de Huizachtecatl para iniciar la ceremonia. Previamente, se colocaba en el altar principal del templo a un prisionero, al cual, llegaba la hora, se le prendía en el pecho un madero o mamahuastli para encender el Fuego Nuevo; mientras tanto, la Gran Tenochtitlan y los pueblos de los alrededores de la gran laguna permanecían en completa oscuridad.
El sacerdote principal del barrio de Copolco tomaba el fuego del pecho y lo transmitía a una hoguera. Posteriormente se sacrificaba al prisionero, a quien se le extraía el corazón para arrojarlo a las llamas. Había mensajeros que se encargaban de entregar el Fuego Nuevo en teas a los sacerdotes de los pueblos que habían acudido al Huizachtecatl.
En la Gran Tenochtitlan se colocaba frente a la deidad principal, desde donde se llevaba a los templos de los demás dioses, y éstos a los aposentos de los grandes señores.
De acuerdo con las investigaciones, los colhuas fueron los primeros en utilizar la cima del cerro para realizar la ceremonia del Fuego Nuevo o Toxiuhmopolli; las fuentes históricas señalan que en este lugar se llevaron a cabo cuatro de estas ceremonias; en 1351, 1403, 1455 y 1507. La Gran Tenochtitlan fue tomada por los españoles antes de que la quinta de ellas pudiera realizarse.
Los indicios más antiguos de ocupación humana en el territorio de Iztapalapa proceden del pueblo de Santa María Aztahuacan. En ese lugar, en 1953 fueron encontrados los restos de dos individuos que, según los análisis de la Facultad de Estudios Superiores de Zaragoza (UNAM) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, tienen una antigüedad aproximada de 9 mil años.
Materiales arqueológicos más recientes indican la ocupación continua de las laderas del cerro de la Estrella, por lo menos desde el Preclásico. En aquella época, aquí se debió establecer alguna aldea que estaba relacionada con la cultura de Cuicuilco.
El declive de esta cultura, cuyo centro era la población del mismo nombre en el sur del valle de México, debió ocurrir aproximadamente en el siglo II d. C., y posiblemente esté relacionada con la erupción del volcán Xitle.
Hacia el final del Preclásico debió dar comienzo la ocupación de Culhuacán. Durante el periodo Clásico, Culhuacán, como la mayor parte de las poblaciones del valle de México y de Mesoamérica, fue parte de un sistema de intercambio comercial que tuvo a Teotihuacan como centro. Tras la caída de esta ciudad, aproximadamente en el siglo VIII d. C., algunos de sus pobladores se refugiaron en los antiguos pueblos ribereños del lago de Texcoco como Culhuacán. Allí permaneció un reducto cultural teotihuacano que se fusionó con los pueblos guerreros que migraban hacia el centro de México.
El Cerro de la Estrella es ahora también el escenario de la representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, la festividad religiosa más importante de la más poblada de las demarcaciones territoriales de la capital mexicana, que año con año atrae a más de dos millones de personas.
Aunque la mayor parte de este cerro fue declarado parque nacional por Lázaro Cárdenas el 14 de agosto de 1938, el crecimiento de la mancha urbana ocasionó la reducción del área protegida por el decreto y, por tanto, la pérdida de la categoría de parque nacional para convertirse en una área natural protegida.
Este también es un sitio de esparcimiento para las familias. Hay miradores digitales y entre las actividades que suelen practicar los visitantes, está el ciclismo de montaña, caminatas, paseos recreativos que pueden tener como culminación el ascenso a lo más alto del basamento piramidal, desde el que se puede observar una panorámica de 360 grados del valle de México. Elementos de seguridad resguardan el trayecto para que el visitante goce a plenitud la escalada del Cerro de la Estrella.
(Con información de Notimex/RGT)