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Pone en duda Jesús Silva Herzog Márquez la existencia de la figura del intelectual

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Información: AMS
Comunicado No. 541/2010
12 de abril de 2010

***El politólogo considera que quienes comentan la escena pública son más bien opinadores emergidos del mundo del espectáculo

El politólogo Jesús Silva Herzog Márquez puso en duda la existencia de la figura del intelectual en el debate público nacional. Desde su punto de vista, quienes cotidianamente se hacen presentes en los medios de comunicación son opinadores, por lo que manifestó su desacuerdo y su escasa certeza en cuanto a calificarlos como intelectuales.

En la mesa de debate Los intelectuales y el poder, celebrada este fin de semana en el Centro Cultural de España, en la que tomó parte al lado del antropólogo y sociólogo Roger Bartra, el ensayista Ricardo Cayuela y el politólogo Adrián Lajous, Silva Herzog consideró que tras la muerte de Octavio Paz, el sujeto que ha copado los medios como figura de opinión, es uno muy distinto.

     “Lo que vemos en los medios, detalla la aparición de un sujeto que no es, desde mi perspectiva, el personaje del intelectual. Creo que el comentarista de la escena pública no es un intelectual, para mí el opinador cotidiano no es un intelectual. Se trata de derivaciones que emergen del mundo del espectáculo y no del universo del debate intelectual, donde lo que tenemos es, dentro de la industria del entretenimiento, entretenimiento sobre asuntos políticos”, resaltó.

      Para Silva Herzog Márquez referirse  al cúmulo de espacios que se han multiplicado en México en los últimos 15 o 20 años, es hablar de cómo se ha enriquecido la vida pública a través de las libertades, pues hoy día existen enormes permisos para el cuestionamiento, para la crítica, pero desde su punto de vista todo eso coincide con una erosión de las figuras emblemáticas de la intelectualidad. 

      Entre los muchos disensos y consensos que se dieron a lo largo de la discusión, Roger Bartra –quien en su intervención inicial hizo una dura crítica a los intelectuales que en las últimas elecciones apostaron por la izquierda-, coincidió en que la red de opinadores a la que aludió Silva Herzog, que tiene su principal sustento en los medios de comunicación, es un factor que termina por ahogar o expulsar a los intelectuales de la escena pública.

      En este escenario, el autor de La jaula de la melancolía, apuntó que dichos opinadores toman el lugar de los intelectuales, pero que ellos mismos en definitiva no alcanzan esa calificación. En cambio, las grandes figuras de la intelectualidad quedan marginadas y rezagadas hasta convertirse en personajes de vitrina; sin que ello implique que estén totalmente extintos en los medios.

      Por su parte, Andrés Lajous, subdirector de la revista Nexos, puso de manifiesto su desacuerdo con la afirmación de que la figura del intelectual se encuentre en vías de extinción. Para él, no existe duda de su existencia y más bien, han asumido una función distinta que los ha situado como una suerte de puente entre los especialistas y los periodistas.

      No obstante, desde su perspectiva, los intelectuales mantienen una posición protagónica, como transmisores de la reflexión serena y fundamentada del acontecer nacional hacia la opinión pública y como elemento de garantía en términos del rumbo a seguir.

      En su oportunidad, Ricardo Cayuela, director editorial de la revista Letras Libres, habló de la relación histórica entre los intelectuales y el poder en Francia, con particular énfasis en los tres modelos que han predominado en busca de incidir directa o indirectamente en las decisiones gubernamentales.

      Estos tres modelos fueron los encarnados por André Malraux, a quien identificó con el intelectual comprometido con el poder, en el que cree y al que incluso se une; Jean-Paul Sartre, “ideólogo flamígero” que dijo, se sumó al totalitarismo en el poder, pero no se incorporó a sus filas; y Albert Camus, quien mantuvo siempre el fervor crítico e independiente. 

      En este contexto, señaló que en la realidad mexicana es muy extraño y peculiar a lo largo del siglo XX, pues fue el siglo del autoritarismo, del dominio de un partido único, pero no una dictadura ni un régimen totalitario y en esa ambigüedad se pueden detectar tanto figuras de disidentes verdaderos, que se la jugaron y les costó la cárcel, aún cuando su triunfo hubiera sido contraproducente como en el caso de José Revueltas; en acólitos que hay muchos y una lista muy amplia que parte desde los intelectuales orgánicos de los primeros revolucionarios hasta los que apoyaron a Carlos Salinas de Gortari.

      Apuntó que también existen entreveradas las tres figuras que se reproducen en el mundo democrático: “tenemos nuestros Camus, muy pocos; nuestros Sartres y nuestros Malraux. Los que ayudaron a construir el estado revolucionario y creyeron en él como Alfonso Reyes y Vasconcelos; así como los ideólogos flamígeros que todavía nos acompañan y que además no van a celebrar ni a participar nunca del espíritu democrático”.

      Finalmente, Cayuela observó que el intelectual siempre está inseguro de su papel y de su función, no tiene la certeza de que lo que está haciendo sea importante, vive en el reino de la subjetividad y necesita del consenso de otros para validar sus acciones, su pensamiento y sus textos.

      En nuestro caso, dijo que en un país devastado por la incultura y el horror del sistema educativo, donde la mayoría de la gente no sabe nada, “en ese terreno el intelectual está profundamente inseguro y no sabe dónde cobijarse. Eso puede explicar en cierto sentido su cercanía al poder, sus coqueteos con un manto que lo proteja. Por otra parte, la democracia es el peor ecosistema para un intelectual, porque representa las soluciones parciales a largo plazo, todo es discutible y revisable; en ese universo, el intelectual inevitablemente está incómodo y se siente marginal”.