La narrativa de David Camorlinga nos obliga a fijar la mirada sobre piezas que describen coreografías precisas en medio del silencio, la observación no es estática, podemos ver la pieza desde distintos ángulos y apreciar este movimiento que se captura, que permite ser estudiado. Estas acciones sencillas que recrea en sus piezas: el abrazo de una pareja, la maternidad o una familia que se entrelaza, adquieren su sentido puramente humano, justamente al acercarlas cada vez más a sus formas abstractas. Es una poética de la composición, se centra en la emoción que despierta una presencia, un momento, un estado. Camorlinga crea símbolos de estos recuerdos o significados emotivos, los reduce hasta despojar de la literalidad para llegar a una naturaleza sensible, casi intangible.