João Castilho
Al mirar en retrospectiva las imágenes creadas por tres fotógrafos brasileños —veinteañeros durante el tiempo en que se hizo el registro—, uno puede aventurar una teoría: Paisaje sumergido es, a su modo, una especie de réquiem por la fotografía analógica. Y es que lo que resulta atractivo de este proyecto, o uno de sus asideros, es la amplia posibilidad de la mirada: texturas, colores, manchas, profundidad. Estos son algunos de los atributos perceptibles en los cientos de imágenes generadas por estos tres artistas entre los años 2002 y 2008, en plena época de transición del formato fotográfico. Si ahora reflexionamos arduamente sobre el aparente desplazamiento del libro en papel a la tinta electrónica, el mismo dilema se experimentó en el terreno fotográfico al principio de la década. Desde luego, esta discusión guarda sus propias particularidades, pues sabemos que el formato digital permite que cualquier persona con una cámara fotográfica pueda producir una cantidad enorme de imágenes a lo largo de su vida.
Durante seis años João Castilho, Pedro David y Pedro Motta, egresados de las carreras de arte y periodismo, realizaron numerosos viajes a las cuarenta y dos comunidades del Valle del Jequitinhonha, en Minas Gerais, Brasil. La historia detrás de dichas poblaciones era en sí lo suficientemente atractiva para llevar un registro: el crecimiento de una central hidroeléctrica en la región implicaba el desalojo de las comunidades. La hidroeléctrica ofreció a los pobladores la construcción y reubicación de los asentamientos con la condición de que destruyeran sus casas, para evitar así cualquier posibilidad de regreso, pues eso pondría en riesgo sus vidas.
Pedro Motta
Los tres artistas trazaron las coordenadas de su proyecto: cada uno viajaría por su cuenta, pues el desenvolvimiento y el método de fotografiar de los tres respondía a características personales: mientras que uno era más agresivo, a otro cada toma podría llevarle más tiempo, cada uno fue construyendo su propia relación con el paisaje y con los pobladores. Un segundo rasgo importante fue la cantidad de formatos con los que se plantearon trabajar. Sobre todo la experimentación fue la guía de este proyecto: cámaras réflex, cámara Holga, blanco y negro, 35 mm., diapositivas, formato medio, entre otros, dio como resultado una singular producción que si bien hacía énfasis en lo documental —implícito en la foto según algunos teóricos— planteaba también algunos problemas fotográficos, en específico cómo hablar de lo que aún no había sucedido: “La inundación era algo que estaba por ocurrir. Pero estaba en sus vidas, estaba en sus conversaciones, en su psique”, reflexiona João Castillo. “No era algo que estaba pasando; la fotografía tiene mucho que ver con el aquí y el ahora y nosotros queríamos hablar de un futuro próximo, de un presagio. Trabajamos con los objetos que encontrábamos. Era importante trabajar con pequeñas metáforas, pequeñas cosas que pudieran hablar de un devenir, de un futuro cercano.”
Una vez realizado el registro apareció un segundo problema: la edición de los materiales y la exposición de los mismos. Los tres lograron ejercer un cierto desapego a sus imágenes a favor de la construcción de un discurso que integrara las tres miradas, guiado por la sugerencia misma de las imágenes. En algunas de las exposiciones que han montado, los fotógrafos han experimentado también con los soportes de exhibición: fotos proyectadas, sumergidas, o tradicionalmente enmarcadas, que demuestran que también la fotografía contemporánea involucra en su discurso actual el proceso de montaje y exhibición.
Paisaje sumergido es réquiem y desplazamiento, nomadismo y reinvención de la fotografía, como esos peces, que suspendidos en el aire y contra el cielo en una botella de plástico, miran hacia el infinito paisaje de la posibilidad visual y narrativa.
Pedro David