Rodolfo Mata es poeta y traductor. Entre sus libros destacan Parajes y paralajes (1999) y Qué decir (2011).


Nunca cambies: poemas tóxicos de Inti García Santamaría

Emboscadas de la lengua, pactos verbales rotos incontables veces, los textos reunidos bajo el irónico título Nunca cambies. Poemas 2000-2010 de Inti García Santamaría son un ejercicio constante de contradicción. El “ingenuo” llamado a la estabilidad que los preside pareciera tomado del álbum de un preparatoriano, que se despide de un amigo o de una amada (de un sí mismo, un ánima, da igual), cerrando una aventura “inolvidable” para abrir otra más. “Nunca cambies, corazoncito” es el espejismo inicial que se le presenta a quien abre estas páginas y, después de tropezar con una dedicatoria robotizada —“Para la 74 / Para la 86”—, se interna en el primer volumen de poemas aquí compilado: Corazoncito (2004). Dicción encontrada, candidez rayana voluntariamente en la cursilería, la lectura pronto se apoya en la rebeldía de lo inconcluso, manifiesta en un epígrafe de Witold Gombrowicz acerca de un escritor que descree del Arte (así, con mayúscula), del cual tomo un fragmento: “Y no escribirá porque ya está maduro y consiguió la forma, sino justamente porque es todavía inmaduro y sólo en la humillación, ridiculez y sudor se esfuerza por atraparla.”

Inti es un escéptico y se lo agradecemos todos aquellos que miramos con recelo la Institución Poeta en México. ‘Estival’, el excelente poema que abre Corazoncito, lírico y narrativo, dibuja una historia que vertebra los ires y venires de un lenguaje en constante usurpación de cualquier fijeza, con trazas recurrentes de ironía: “porque ninguna carta guarda la voz que descubrimos”, “hoy comprendes nuestro canto nunca estuvo / en la cueva que inventamos en su honor / sino en la necesidad de retener”, “cuando hablo contigo estoy diciendo a todos / una frase interminable que tus labios me dieron / un estilo para hablar de nuestras horas perdidas”, “no es posible traducir tu lenguaje sin traición”. Ese tú invocado (reconstruido aquí con fragmentos de un discurso de por sí fragmentario) hará eco inmediatamente en la serie de cinco poemas con idéntico título, ‘Bonita’, una suerte de Pretty Woman enrarecida (que resuena también en el poema “diecinueve años”¸ ‘Trilce ix’ referido, y el eco de la prehistoria de Trilce como práctica de rarefacción): “blusa roja estilo oriental”, “una señorita batata frita”, “Una. Maniquí de porcelana la nena”, etc. A seguir, la sección “Glam” (de glamour, ¿glam-poetry?) repite ese gesto desorientador de la identidad: tres poemas, en caja tipográfica de prosa, titulados “2001”, que tienen inicialmente cara de diario, pero que no lo son, albergan moldes de frases coloquiales que se tensan al entrar en contacto con frases de otra naturaleza: “Negro lo que se dice negro: mi reloj de pared”, “No siempre hablo de ti. También filmo pornografía”, “Tengo unos amigos, pero cada vez ves menos”. Estos non sequiturs son ejemplos de varios otros juegos de lenguaje que Inti realiza. Los “2001” ‘s alternan con tres imágenes de tipos diferentes: el brevísimo haikú ‘Rockstar’: “El niño autista canta / con harapos en la garganta”; el caligrama “gubia”, donde / i es un niño pescador; y “La primera lámina de Rorschach”: “cierra los ojos / su visión es una isla / la mancha más larga de un dálmata en calma [...]”. Otros poemas visuales complementan esta faceta imagética: ‘Palomas (Dj set)’ en que varias “y” conforman una parvada; ‘Avenas locas’, con al parecer unas gráficas sonoras; y dos ‘Pabellones de niños bipolares’, montajes de fotos del poeta niño con frases adosadas como grafitis.

Nunca cambies rompe otras convenciones editoriales: el segundo ’2001′ cierra extrañamente con los datos “Ediciones Oxígeno, Caracas, 2004”, referencia desubicada y trunca pues, ¿a qué título corresponden? ¿No hay título o el título es todo el párrafo?; el texto “El consumo de atún y pez espada puede provocar autismo en fetos” es un listado de seis referencias de publicaciones anteriores de poemas incluidos (p. e. “‘Bonita’, ‘Bonita’, ‘Bonita’, ‘Bonita’. El poeta y su trabajo, 9 (2002): 81-85”); “Hasta siempre”, título creativo y no anodino, abraza tres comentarios sobre la poesía de Inti: de Eduardo Milán (“arsenal formal [...] que si no seduce espanta”), Jorge Fernández Granados (generación del fragmento, nihilismo, saturación, multimedios, zapping) y Antonio José Ponte (cadáveres exquisitos, promesa de llegada de poemas, titubeos, descoyuntamientos): ¿Por qué no un título que indique que es discurso crítico?

Hasta aquí nada pudo separarme del cielo (2010), segundo libro compilado, va seguido de un epígrafe idéntico que aclara que se trata de un texto tomado de Héctor Viel Temperley: redundancia extraña. Algunos poemas: “La playa” tiene imágenes fulgurantes: “Los brillos de sal / sobre nuestros cuerpos oscuros / son estrellas / fugaces”; ‘Cielito lindo’ vuelve a jugar con frases fosilizadas; un apartado con la silueta de un pájaro como título parece intentar un lenguaje ideográfico y su contenido son poemas en colaboración con Dolores Dorantes y Hugo García Manríquez, a través de correos electrónicos: descoyuntamientos, incompletudes. El último volumen, Cuaderno de los rombos que florecen (2010), no en balde es calificado como extraordinario por Milán. Inti parece haber atravesado la tormenta del “desarreglo de todos los sentidos”, los propios y los de los textos. Su gran capacidad para el juego lingüístico, el gesto tipográfico, la ruptura de códigos, la ironía y la parodia se han depurado; es decir, no se escalan tan frecuentemente de manera exponencial, en una angustia por hacer al signo significar más y más. Me explico. Las prosas-poemas de la sección Cuaderno de los rombos que florecen van gradualmente contando una historia sobre un yo que se dirige a un tú haciendo retrospectiva de una pasión que acabó. Los rombos son originalmente de un sofá de los años cuarenta pero uno de ellos: “solicitó pedirte que me sedaras y cerramos los ojos y dos lenguas de higo programaron esa manera de recordar tu rostro en panales dorados”. La voz que narra pide: “Que te metan en una maleta con destino a Lima, la ciudad de las ex novias, y aparezcas convertida en una foto con dos años de antigüedad cuatro años después. Es mi manera de aceptar que los rombos se han convertido en octágonos. No sé si será cierto la próxima vez que lo diga”. Magistral manera de dislocar hacia los objetos la tensión de una furia amorosa condenada a las palabras. “Adentro, hay veces, hay peces y hay pasos” sigue en la armonía de esa digresión simbólica que cierra el penúltimo texto: “Entonces imprimimos un cuaderno de rombos que florecieron en los años 40”. En el último texto, los rombos han pasado a ser parte de una blusa bajo un techo de palma, pero ya no se sabe si la persona invocada es la misma pues “las mujeres reparten turnos para alejarse de mi camino”. ¿Es un delirio, un daydream o algo que realmente sucedió? La serie cierra con: “Pensé que no podría recordar tus facciones si no era bajo los efectos de una enredadera industrial, pero caminaste hacia mí de la mano de un correcaminos tóxico”. Es justo en ese “correcaminos tóxico”, donde siento aflorar el exceso, porque no es la “enredadera industrial”, ni el “payaso de plástico” de la página anterior, ni las “lenguas de higo” mencionadas. Es un esguince metafórico que quiso ser irónico desaforadamente. ¿Para librarse de un posible romanticismo? ¿Hay límites para la ironía? El segundo apartado, “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”, conserva el equilibrio y la depuración. Hay genomas, edecanes, clonaciones, vectores animales, títulos como “Sesiones Quiñihual [Track 8]” y elegantes cortes de las últimas líneas de cada texto, como si se tratase de “prosas de pie quebrado”. Nunca cambies es un libro complejo pero armonioso. ¿Quién dice que no puede haber armonía poética en nuestra vertiginosa, fragmentaria, multidimensional y cuestionada ultramodernidad?