Nombrar y documentar son tareas que el periodismo ha ejercido durante años. Saúl Hernández y Pablo Rojas hablan acerca de un género que no es nuevo, pero que por su valor creativo y político escapa a las convenciones del género: la poesía documental.

Ilustración: elcerezo
Escribimos desde la edición independiente. Desde aquí, entendemos el periodismo como un ejercicio eminentemente político, que se ha trastocado en los últimos años. Años aciagos de un país en guerra: lleno de dolor e injusticia, pero también de lucha y resistencia. En ese contexto, algunos escritores y periodistas han sido interpelados a redefinir su práctica. A abandonar los soportes autorizados, para trabajar más allá de filiaciones y de convenciones dictadas por el mercado y la academia. Se trata de una acción política del decir y del nombrar. Una escritura estética y políticamente relevante. Una acción política fincada en el lenguaje, aquí, y por supuesto, ahora. No hay novedad, pero sí una necesidad de abandonar la jurisdicción de los géneros, y de problematizar algunas ideas asociadas al periodismo: objetividad, neutralidad, etcétera. En este periodismo siempre se escribe desde un lugar específico. Asumiendo una postura. Estando expuesto. Afectado, de una u otra forma. Forzado a repensar para qué y para quiénes se está escribiendo. Y, en todo caso: qué es y para qué sirve el periodismo.
Podríamos decir que la importancia del periodismo radica en la posibilidad de nombrar, ofrecer palabras y metáforas que más tarde nos ayudarán a dolernos y condolernos con los otros. En Dolerse: Textos desde un país herido, Cristina Rivera Garza escribe: “Cuando la gravedad de los hechos rebasa con mucho nuestro entendimiento e incluso nuestra imaginación, entonces está ahí, dispuesto, abierto, tartamudo, herido, balbuceante, el lenguaje del dolor.” La escritora oriunda de Tamaulipas continúa: “De ahí la importancia de dolerse. De la necesidad política de decir tú me dueles y de recorrer mi historia contigo, que eres mi país, desde la perspectiva única, aunque generalizada, de los que nos dolemos. De ahí la urgencia estética de decir, en el más básico y también en el más desencajado de los lenguajes, esto me duele.”
Este libro, asegura la lingüista Yásnaya Elena Aguilar Gil, “llama no sólo a dolerse con ella sino a condolerse con todos y para eso es necesario sentir el dolor del otro, entrañarlo y sentirlo como propio. Pero para eso se necesita reconocerlo”. Y para reconocerlo se necesitan esas metáforas, palabras y explicaciones para “entrañarlo luego”. Por eso, sigue Yásnaya Elena Aguilar Gil, este libro, pero también muchos otros escritos desde la guerra, escritos con el cuerpo expuesto y la voz entrecortada, “se erige como una gran metáfora que enuncia y explica el dolor de un país lastimado, los detalles de cómo duele, arde o punza”. Sólo así, después de todo, podemos condolernos “estableciendo ese pacto de saber que nuestro dolor, el mío y el tuyo, son de la misma naturaleza”.
Así, la generación de Marcela Turati, Daniela Rea, Daniela Pastrana, Sandra Rodríguez, Vanessa Job, Diego Enrique Osorno, Alejandro Almazán, Óscar Martínez y John Gibler, por mencionar a algunos, está marcada por una realidad que duele, y siempre interpela; y entonces, por la necesidad de decir a pesar del miedo a hacerlo. En este contexto, escritores y periodistas han arrojado propuestas que apelan a la documentación, la tarea de nombrar, y la lucha por la memoria. Cuando Alma Guillermoprieto pensó en 72 Migrantes (Almadía/Fronterapress) dio por hecho la colindancia entre investigación periodística y creación. El resultado es desigual, como en muchas antologías, pero hay que leer el texto de Martín Solares y su dispositivo con leones (“Migrante aún no identificado”), o las “72 palabras”, de Alfonso López Collada. Las fronteras, en muchos sentidos, fueron reducidas para crear un libro que más allá de sus propias contradicciones, es, acaso sobre todo, una acción política.
El resultado, por supuesto, no es una certeza ni un híbrido bien acabado; sino la búsqueda de una escritura política y pública, en sus muchas manifestaciones. Una acción periodística. Y política. Decir desde otro lado. Y ese otro lado, ya no será la objetividad, sino el dolor; no la posición, sino la yuxtaposición; no lo alternativo, sino lo subalterno; no lo lineal, sino lo de abajo. Además, este periodismo aboga por la vigencia de la memoria colectiva, a partir de registros, documentación, y trabajo de campo. Se trata, entonces, de no olvidar, denunciar y tomar postura. Los proyectos de la escritora mexico-catalana Lolita Bosch están afincados en el mismo territorio, en el lenguaje y la palabra.
Si pensamos en las líneas anteriores, quizá sería mejor hablar de escrituras políticas y poéticas, más que de géneros bien delimitados. Estas escrituras intentan perforar las categorías y al lenguaje mismo. Explorarlo desde adentro. Pensar que el lenguaje, como el sentido (poseído en) común, puede enmascarar ciertos problemas asociados al poder, envueltos entre palabras y argumentos culturales. Sólo hay que pensar, por ejemplo, en todo el lenguaje asociado al género y a la preponderancia del patriarcado. Estas escrituras apelan, por supuesto, sin duda alguna, a la voz del otro. En éstas la voz de quien escribe siempre es y será la de otro.
Eso lo tienen claro quienes parten de la crónica, pero no quienes lo hacen desde la poesía. En Antígona González, Sara Uribe investiga y escarba sobre los desaparecidos en México, retomando a Judith Butler, Harold Pinter o Sófocles, pero también a familiares y víctimas de la violencia. Su propuesta está llena de voces de los de abajo, de la gente que vive la desesperación cotidiana de saber desaparecido a uno de los suyos. Lo que hace Uribe no es poco: a Butler, sin mencionarla más que en las notas finales, le otorga la misma voz que a las personas cuyos testimonios extrae de notas periodísticas. Todos son Antígona: Porque les tocó. Antígona es la recreación de una voz colectiva y también pública.
No nos es útil preguntarnos si lo que hace Sara es periodismo o poesía. Sabemos que es una escritura política, en el linde, basada en la investigación rigurosa, y en la “apropiación y reescritura”.
Algo parecido sucede con John Gibler en 20 poemas para ser leídos en una balacera. No sabemos si John considera que sus poemas son parte de su trabajo periodístico, pero sí queda claro que está interesado en esos espacios liminales, en perforar las categorías y explorar el leguaje.
La acción periodística y la escritura política acercan. Van más lento en un mundo compelido por la vorágine virtual, las teorías y sus metáforas. No que el periodismo o su acción las desprecien, a veces al contrario, sino que la acción periodística tiene su base y fundamento en otras acciones, concretas y que apelan a una realidad cotidiana, de a pie. A pie vamos irremediablemente más lento que el capital financiero. Los periodistas que se asumen desde esta contraparte activa pero lenta, descubren otro cariz en el entrevistado. El tren de los migrantes, las bodegas donde deben vivir los desaparecidos, los ojos y cicatrices. Todo va más lento visto desde abajo. La velocidad no es valorativa ni puede adjetivarse, pero le otorga cualidad de ser, desde el punto de vista de la acción periodística, política. Correr el velo lentamente nos da un sentido de aproximación no exenta de misterio. También da el tiempo justo para la retrospección, evaluación y para la empatía. Esta acción periodística no busca la inmediatez, busca ante todo la complicidad con los involucrados, y la puesta en marcha de un pensamiento ético. Posicionarse desde el ámbito de lo público también ayuda a configurar y hacer reflexionar a quienes llevan una libreta o grabadora en mano.
O de quien desde otro ejercicio de escritura, trabaja por documentar, decir, gritar, acercar. La guerra nos cambió a todos, y al ejercicio periodístico posiblemente lo renueve desde muchas esquinas: desde la poesía, desde el teatro, desde el pastiche, desde donde haga falta. Sin estridencias, la escritura política tal vez ayude a contar desde otro lado, de abajo y de a pie, nuestras historias. Los editores debemos estar atentos.