y en
especial para quienes más lo necesitan. En otras palabras,
participar cada vez más activamente en el objetivo
central de propiciar y extender las oportunidades de superación
individual y comunitaria tanto en la vida material como en
la cultural, elevando los niveles de bienestar y calidad de
vida de la población.
De
ahí que la prioridad de la política cultural
haya sido en estos años realizar acciones que, significativamente,
sirvieran a más personas, alcanzaran más regiones
y comunidades y establecieran más formas de participación
social que les permitieran corresponder a las necesidades,
las inquietudes y los deseos de la población de cada
localidad. Uno de los medios de lograrlo, como se verá
en estas páginas, consistió en brindar atención,
intensiva en la medida de lo posible y de las circunstancias
de restricción económica por las que atravesó
el país, a la infraestructura cultural básica
a nivel nacional, a fin de optimizar su uso y aprovechamiento
y en asegurar éstos en el futuro. Labor de rescate
equiparable, en lo esencial, a la de recuperación,
restauración y conservación del patrimonio cultural,
tarea permanente y de alcances crecientes en la medida de
la vastedad y el potencial de aprovechamiento de nuestra riqueza
cultural. Rescates, desde luego, que carecerían de
sentido si no fueran acompañados por esfuerzos de la
misma magnitud encaminados a la formación y la educación
en los distintos ámbitos de la cultura y las artes;
al aliento a la creación de artistas, intelectuales,
artesanos y creadores populares a nivel individual y colectivo;
y a la extensa difusión de todas las manifestaciones
culturales, de los bienes y servicios que las transmiten y
permiten a la gente el contacto con ellas.
Esta
Memoria procura transmitir con la mayor claridad tanto
lo que se hizo en el campo de la cultura como la forma en
que fue hecho a lo largo de los últimos seis años.
Lo segundo, la forma en que se impulsó esta acción
cultural, cobra mayor importancia aun en tanto que supuso,
en múltiples aspectos, nuevas experiencias y nuevos
pasos en un quehacer en el que México tiene ya un largo
camino andado y en el que ha manifestado siempre el más
profundo interés.
Más
allá de su organización específica, el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes ha recogido y
expresado el consenso nacional en el sentido de que el Estado
no debe ser, como durante mucho tiempo llegó a serlo,
en términos generales, el actor único o principal
del
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