Unidad
de la política cultural
A
lo largo del periodo 1995-2000 se trabajaría para consolidar
al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes como el mecanismo
que México requería para organizar, dar unidad
y proyectar su vasta y variada acción cultural.
Esta
fórmula llevó a la práctica una interpretación
adaptada a la tradición y las necesidades particulares
del país de las opciones que ha planteado a las administraciones
culturales modernas la distinción entre aquellas consideradas
como unificadas o integradas y aquellas dispersas. La diferencia
consiste en la presencia, en las primeras, de un organismo
claramente dominante en la política cultural, que no
existe en las segundas.
A
grandes rasgos, la administración cultural mexicana
puede considerarse como una administración integrada,
en la que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
tiene la facultad de establecer la política cultural
general y de coordinar el trabajo de múltiples organismos
encargados de llevarla a la práctica en campos específicos.
Sin embargo, esta caracterización no corresponde plenamente
a la definición de la administración unificada
como una administración cultural completamente estructurada
y jerarquizada y con amplias competencias de intervención.
Por
una parte, el conaculta es un organismo de la Secretaría
de Educación Pública, pero desconcentrado administrativamente,
lo que en la práctica significa que cuenta con recursos
propios y capacidad de fijar por sí mismo sus políticas,
programas y estrategias para llevarlos a cabo. Por otro lado,
mantiene una relación similar con los organismos federales
que se encuentran bajo su coordinación, es decir, no
presenta una estructura rígida, sino promueve un amplio
marco de acción individual y libre para cada institución,
conforme a sus propias necesidades, recursos, grado de especialización
y problemática particular.
Las
ventajas que el modelo esencialmente integrado de la administración
cultural mexicana toma de las administraciones dispersas básicamente
el carácter flexible y abierto deriva en una gran medida
de la tendencia hacia este segundo tipo que prevaleció
en nuestra política cultural durante mucho tiempo.
Históricamente, las instituciones culturales mexicanas
fueron naciendo como respuestas a necesidades concretas, no
a un planteamiento integral en todas las áreas de la
cultura. Las distintas instituciones han obedecido cada una
faceta particular de la cultura mexicana que reclamaba atención
o un determinado enfoque. Cada uno tuvo hasta cierto punto,
una evolución autónoma y desarrollo su propia
tradición.
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