Las imágenes del 68

Gerardo Estrada R.

 

Dos revelaciones del 68

Gerardo Unzueta

 

La política y los medios

en la noche del bazucazo

José Carreño Carlón

 

 


Gerardo Estrada R.

Al recorrer el archivo de imágenes de El Universal de los sucesos del 68 en México, me afloran recuerdos y sentimientos encontrados. Obviamente la nostalgia por los tiempos pasados, las inevitables y a veces lamentables comparaciones entre lo que fuimos y lo que somos y, por supuesto, las emociones revividas de la rabia y el rechazo, ante lo que cada vez de manera más clara se hace evidente; fue una serie de actos irracionales e insensatos del poder y, finalmente la espontánea y hasta cierto punto ingenua, cándida actitud de los estudiantes.

Frente a la opinión de muchos amigos de entonces y de ahora, me he empeñado en sostener el carácter lúdico y festivo con el que se vivió en esos años, la ilusión que supongo es propia de todas las etapas juveniles, pero esta vez fundada en algunos indicadores que parecían inefables de que el mundo estaba por renacer y que todo cambiaba para siempre, que estábamos en los albores de una era nueva en la que la tecnología y la ciencia, sumadas a un nuevo espíritu fraternal, podían hacernos diferentes de las generaciones que nos precedían.

La nueva libertad de los cuerpos ganada por las mujeres, gracias a la píldora anticonceptiva y expresada en la moda, particularmente en la minifalda que en las imágenes de las jóvenes del 68 envían destellos de esplendor y de luz, se sumaba a la enorme vitalidad de la experimentación artística en todos los órdenes, principalmente en la música que gracias a los medios de comunicación, la radio y la televisión, se universalizaba en el lenguaje de los Beatles y de otros grupos.

Al mirar nuestro vestuario de entonces se advierte el cambio. Todavía los estudiantes, haciendo honor al privilegio al que accedían de ser universitarios, iban a clase con saco y corbata, sobre todo quienes tenían que trabajar para financiar sus estudios, y las jóvenes aún eran esclavas de la elegancia que suponía el acudir a clases con tacones altos.

Sin embargo, el largo del pelo que hoy ya perdimos muchos, y lo que hoy llamaríamos un estilo “casual” nos revelan cómo la rebeldía ante la moda comenzaba a tomar su lugar como símbolo de una actitud libre de prejuicios y formalismos atávicos.

La ciudad misma parece vestida de otra forma, y aunque es cierto que la mayor parte de los hechos tuvieron como escenarios sitios que por su carácter histórico y arquitectónico permanecen iguales, se nos aparecen en estas fotografías diferentes, grises: la Ciudad Universitaria (CU), el Paseo de la Reforma, la Plaza de la Tres Culturas y el zócalo parecen en ellas haber encanecido, al igual que los automóviles y los espectaculares publicitarios.

En la primera foto que vi —me la mostró José Carreño Figueras—, aparece el rector Javier Barros Sierra en la explanada de CU después de la marcha que él encabezara, de espaldas, con el saco mojado por la lluvia y una bandera a media asta en la mano. La primera impresión es de desolación, pareciera que la soledad que la enmarca es premonitoria de la que habría de vivir este gran hombre en los meses siguientes; abandonado y estigmatizado por el poder, incomprendido por una parte de los estudiantes que le exigía más y, por supuesto, en la absoluta soledad que suele enmarcar cualquier decisión vital que tomamos cuando se tiene una responsabilidad pública, y en este caso, sin duda, histórica, sobre el destino de muchos.

Quizás esa sola imagen bastaría para explicar el drama individual y colectivo que vivimos durante esos meses, pero la imagen nos devuelve, si no el carácter festivo del que hablaba en un principio, sí la profunda esperanza de renovación y de confianza en la inteligencia y en la voluntad humanas para enfrentar la irracionalidad. La imagen del rector Barros Sierra es también la de un hombre con fortaleza que lucha contra las adversidades que sólo llegan a mojarnos, pero no a ahogarnos y contra las cuales, al verlo armado con una bandera en la que quiero ver un símbolo, contamos con la protección de la fuerza de la razón y el conocimiento, características que representan a la universidad.

Las otras imágenes nos relatan la arbitrariedad del poder y de la fuerza; no sólo las macanas y los gases lacrimógenos que, podríamos decir, son normales en estas situaciones, sino la desmesura, la bazuca en San Ildefonso, los tanques y las metralletas en las calles, que crecen en proporción exacta a la arrogancia, a la insensibilidad y en última instancia a la estupidez del poder frente a los jóvenes.

Del otro lado, el ascenso y el crecimiento del movimiento, las grandes manifestaciones, la enorme capacidad de autoorganización, el carácter lúdico y festivo, lleno de imaginación de las consignas, la disciplina expresada en la Marcha del Silencio, la furia y el estupor frente a la toma de las instalaciones de Ciudad Universitaria, del IPN y finalmente de Tlatelolco el 2 de octubre.

Una última imagen completa el cuadro; una familia, una madre con sus hijos abandona su hogar en Tlatelolco, sus miradas muestran el azoro ante lo que han vivido y la incertidumbre de hacia dónde dirigirse. Cuarenta años después, a pesar de lo ganado, todavía muchos nos preguntamos a dónde vamos.

Agosto de 2008