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Patrimonio Cultural y Turismo Imagen cuaderno

Patrimonio cultural intangible y desarrollo en el México megadiverso Conferencia magistral

José N. Iturriaga

 

Antropocentrismo
Estas líneas tienen como objetivo central reubicar al ser humano como fuente, como promotor y agente, como beneficiario de la cultura y del desarrollo. Esta obviedad, como tantas otras de la vida cotidiana, con frecuencia llega a olvidarse, quizá precisamente porque su cotidianeidad diluye con el tiempo su importancia ante los ojos lo mismo de profanos que de especialistas.
Es cierto: hay una aparente tendencia entre los científicos puros y los sociales a aislar de tal manera su campo de investigación que pareciera posible relegar al todo, hacerlo secundario ante una de sus partes. Pero un biólogo no puede olvidar que la célula analizada por meses, y millones como ella, conforman un organismo; al astrónomo no le saldrían los cálculos si en sus observaciones a un cuerpo celeste no tuviera presentes a otros astros cercanos que influyen en la órbita del primero; algunos economistas no deberían regodear-
se ante cifras macroeconómicas optimistas, sin considerar la pobreza, el hambre del ser humano concreto. (La verdad de papel y tinta, Harvard versus la calle y la ranchería.)
Los arqueólogos trabajan en sitios precolombinos fantásticos y los ojos de su mente deben estar viendo a los miles de esclavos que dejaron la vida en la construcción de pirámides portentosas, a lo largo de varias generaciones. Y quizá más numerosas fueron las vidas ofrendadas a los antiguos dioses en sacrificios humanos celebrados en aquellos edificios deslumbrantes, hoy ruinosos.
Los nuevos dioses no se quedaron atrás. Los historiadores del arte y los restauradores de seguro observan en los templos/fortaleza del siglo XVI a la evangelización forzada, la religión a sangre y fuego, la rapacería y la ávida codicia de las huestes cortesianas encubiertas de santa cruzada: bárbara y sanguinaria gesta; atrás de cada iglesia colonial, joyas del arte universal, también hay sangre esclava derramada en su construcción, pues sería hasta 1810 cuando Miguel Hidalgo aboliría la esclavitud.
No pretendemos el papel de aguafiestas. Porque la rica cultura nacional es por cierto una fiesta, una fiesta intelectual, una fiesta de la mente y de los sentidos. No. Sólo queremos recordar que lo único que da significación al trabajo cultural —como artista, como promotor, como escritor, como músico— es el ser humano. Vuelvo al principio. El hombre es el creador de la cultura y debe ser su beneficiario. El título de este encuentro ya trasluce esa intención: cultura y desarrollo. La cultura sólo tiene sentido si va a tener un reflejo en el bienestar de la gente, bienestar espiritual y por supuesto material. Sólo los satisfechos hasta el hartazgo pueden considerar al sustento como algo secundario. No quisiéramos perogrullar al decir que la cultura sólo tiene sentido si tiene un sentido. Es decir, sólo tiene caso si tiene objetivos.

Megadiversidad biológica y cultural
Cuando se habla de un país megadiverso, por lo general este concepto tiene una connotación ecológica o ambiental. Permítasenos ahora ampliar ese significado acostumbrado, pues nuestra enorme diversidad lo mismo es biológica que cultural.
México, universo de la diversidad, es un espejo de la vida toda. Aquí podrían reconocerse pueblos y entornos del mundo, reflejados en algún sitio recóndito del mapa nacional o expuestos de manera ostensible, evidencia ante los ojos azorados de propios y forasteros. Al chauvinismo lo deja atrás la objetividad. La realidad natural y cultural supera a la fantasía. (En las erguidas indias huicholas de larga falda con su turbante festivo —fiestas de colores— vemos a mujeres del Tibet; en la Tovara nayarita o el Centla tabasqueño observamos un rincón del Amazonas; el imponente yaqui sonorense nos remite a Mongolia; y el lacandón chiapaneco a Tailandia. Bosques de pináceas todavía majestuosos de Durango y Chihuahua muestran especies de Canadá y Escandinavia; las canoas de bejucos del Titicaca boliviano cruzaban iguales de la costa seri a la Isla Tiburón, en el Golfo de California; el desierto de Altar y el Sahara se confunden, mares de arena sin puntos de referencia; opulentos negros africanos, nuestra tercera raíz, nos enriquecen desde las costas de Veracruz, Guerrero y Oaxaca, y otros en el norte de Coahuila, que advinieron por inusuales caminos; bosques de niebla de Indonesia y Madagascar en el veracruzano Huatusco; etnias peruanas presentes en los indios huaves del Istmo de Tehuantepec; paisajes alpinos en el Pico de Orizaba; franceses en Veracruz y en los Altos de Jalisco; italianos en Puebla y en Michoacán; chinos en Mexicali; árabes en Yucatán; alemanes en Tapachula; kikapúes en Coahuila; menonitas de origen holandés en Chihuahua, todos hoy profusión de la mexicanidad; géiseres de la Rotorúa neozelandesa en Los Azufres michoacanos; y en un largo etcétera de este collage cabrían toponimias reveladoras que van del triplemente mestizo San Bartolo Naucalpan de Juárez a Punta Allen, en Quintana Roo, o de Santa Ana Chiautempan a la presa Brockman, por El Oro, o de San Juan Teotihuacán a Wadley, en San Luis Potosí, o de Santiago Tianguistenco a Coromuel —al parecer de Cromwell, el pirata—, cerca de La Paz, pasando por Honey, en Hidalgo, o Creel, en Chihuahua.)
México es la principal nación del mundo en lo referente a la conjunción de la megadiversidad natural y la megadiversidad cultural; ocupa el cuarto lugar entre los más importantes países megadiversos del planeta por el número de especies vegetales y animales que alberga en su territorio (los primeros son Brasil, Colombia e Indonesia). Nuestro país está en primer lugar en cactus, agaves, pinos y tortugas marinas; en segundo lugar en reptiles; en cuarto lugar en anfibios; en quinto en mamíferos y en sexto en mariposas. Tiene más de 15 mil especies de abejas, alrededor de 2 mil 500 de peces y cerca de 25 mil de mariposas y polillas. Adicionalmente, nuestra nación también destaca de manera notable por su alto nivel de endemismo. (Las especies endémicas de una región son aquellas especies silvestres originarias de ese ecosistema específico y que sólo allí se desarrollan. México es rico en tales especies, entre las que destacan algunas cactáceas, agaves, orquídeas, helechos, anfibios, reptiles, mamíferos y mariposas).
De modo paralelo a su megadiversidad en flora y fauna, México es el segundo país del mundo por su diversidad cultural (después de la India). Este parámetro deriva del número de lenguas vivas que subsisten en el territorio, pues el indicador lingüístico suele aceptarse como representativo de la cultura en general: cuando un pueblo empieza a perder su perfil característico que lo diferencia de los demás, lo primero que desaparece es su idioma; y, contrario sensu, cuando un pueblo conserva su lengua, lo más probable es que mantenga la mayoría de las demás manifestaciones culturales que lo distinguen (tradiciones familiares y comunitarias, música, memoria histórica, expresiones artísticas populares, religión, gastronomía, etc.) La India tiene 65 lenguas vivas —idiomas tipificados como tales por los expertos, no dialectos, que son menos desarrollados—, nuestro país tiene 62 y sigue China con 54.
Se encuentra México, pues, en una situación de pluralidad física y cultural privilegiada. Cabría reflexionar cuánto condiciona o determina la primera a la segunda.
Con dichos parámetros étnicos tiene correspondencia, a su vez, la gama poblacional mayoritaria, mexicanos mestizos de la más variada índole, al provenir de la mezcla de aquellos pueblos indígenas con los españoles principalmente, y alguna dosis fructífera de sangre negra, asiática y otras.
Debe agregarse la importante diversidad cultural proveniente de inmigraciones originarias de diversos países que han venido a enriquecer el mosaico humano de la nación, cuando menos desde el siglo XIX (importante por su cantidad y por sus efectos positivos): vinieron franceses, italianos y estadunidenses en esa centuria, y de muchos otros lugares, en especial durante el porfiriato (sólo en el penúltimo año de Díaz hubo 68 mil inmigrantes extranjeros); durante la Guerra Civil de España tuvimos un valioso y grande flujo migratorio republicano que dio nuevos bríos a la cultura nacional, y en la segunda Guerra Mundial recibimos a numerosos europeos que aquí dejaron su simiente genética y cultural. Judíos de varias nacionalidades optaron por la nuestra. Los difíciles años del Cono Sur beneficiaron a nuestro país con chilenos, argentinos y uruguayos que nos han dado ya una nueva generación de mexicanos. Considerables son las colonias libanesa y alemana, entre otras más.
Nuestra riqueza es precisamente la diversidad humana. Tan injusta y detestable es la discriminación en contra de los indios, como improcedente y demagógico es un etnicismo a ultranza que desconozca la fertilidad cultural del mestizaje. Las raíces de la mexicanidad están vivas, no sólo una raíz; y el tronco que sostienen y nutren con su savia, la mexicanidad misma, ostenta un floreciente y fructífero follaje.

La palabra “cultura”
Próximos ya a la materia del patrimonio cultural, conviene recordar, para precisiones semánticas, el abuso cometido contra la palabra cultura. En México se ha dado por hablar, de hace una década para acá, de una serie de mal llamadas “culturas”: la cultura de la verdad, la cultura de la limpieza, la cultura de la protección civil, la cultura de la denuncia, la cultura de la vialidad, la cultura del respeto a los niños, la cultura del derecho ambiental, y un sinnúmero de ejemplos donde esa palabra se está usando en realidad como sinónimo de hábito o costumbre. Nuestro grano de arena hemos puesto en ese desorden con un libro titulado La cultura del antojito.
Más allá de tales usos y abusos del lenguaje, la palabra cultura tiene una acepción prístina en castellano que la refiere a la sabiduría o ilustración adquirida por una persona. Esa acepción ha sido rebasada por un concepto antropológico, quizá desde hace ya medio siglo: cultura es la forma de ser de un pueblo (y que nos perdonen los antropólogos por semejante simplificación).
Dentro de ese significado de cultura más amplio y actual (que es el manejado por promotores, creadores y otros trabajadores de la misma), el concepto de patrimonio cultural es prioritario.

Patrimonio cultural intangible
En un principio, hacia los años setenta del siglo XX, el concepto de patrimonio cultural se aplicaba sobre todo al patrimonio cultural tangible. De alguna manera, la parte intangible del patrimonio cultural apenas empezaba a delinearse como otra categoría esencial. Ese patrimonio oral e inmaterial tenía algo de relegado o discriminado, pero más bien era ignorado.
El patrimonio cultural intangible se ha identificado en diversos ámbitos con lo que en México denominamos “culturas populares” y en otros países “folklore”, identificación conceptual que exhibe una falla, por restrictiva, en ambos casos: las culturas populares tienen aspectos tangibles, como las artesanías, y las culturas no populares (para seguir con esta terminología acartonada) tienen a su vez aspectos intangibles.
Las culturas populares no siempre son reconocidas o consideradas al nivel que se merecen y tienen. Este concepto padece otras variantes idiomáticas. La expresión “arte culto” implica que el arte popular es inculto o de segunda o algo parecido. Y no es más afortunado el término de “bellas artes” (o “artes finas”, en otras lenguas), pues conlleva el de artes no bellas o no finas; les llaman “artes aplicadas”, para suavizar el menosprecio. Cuando se habla de “alta cultura” se infiere que hay cultura baja o, si bien nos va, mediana. Esta dicotomía se arrastra como atavismo desde el siglo XIX, con las designaciones de “artes mayores” y, por supuesto, “artes menores”; el positivismo francés llegado a México durante el porfiriato no mejoró el entendimiento de las expresiones culturales populares. De hecho, todavía subsiste un elitismo con cierto desdén, si acaso condescendiente, hacia las culturas populares.
El reconocimiento del patrimonio cultural intangible al mismo nivel del tangible, depende del gran esfuerzo de reflexión que actualmente se lleva a cabo en la mayoría de los foros, sobre todo de países con tradiciones ancestrales que están emergiendo al plano mundial, destacadamente latinoamericanos, africanos y asiáticos. Aunque los organismos internacionales de cultura nacieron con criterios más bien europeizantes, se está logrando una nueva visión: valga recordar que la UNESCO ya declaró como patrimonio oral e inmaterial de la humanidad a las tradiciones indígenas del Día de Muertos en México.

Arte popular
A manera de ejemplo, veamos el caso del arte popular (y las artesanías, si se quieren asentar niveles estéticos diferenciados). Evidentemente, considerado en una primera instancia, el arte popular pertenece al ámbito de lo tangible, lo podemos tocar. No obstante, una revisión más profunda remite a elementos no tangibles que subyacen bajo el arte popular, más aún, que lo hacen característico.
Con frecuencia se afirma con cierta demagogia que es incorrecta la separación conceptual de arte popular y de arte en general; se dice que no hay diferencia entre ellos y que una posición contraria sólo pretende relegar al arte popular, dejarlo en un segundo nivel frente al “arte culto”.
Con objetividad, lo cierto es que sí hay diferencias que distinguen al arte popular y no lo remiten en verdad a un segundo plano. Las principales características del arte popular que lo hacen distinto del arte en general, son las siguientes:
1. El arte popular es tradicional: se transmite de generación en generación, de padres a hijos, de abuelos a nietos.
2. El arte popular suele ser comunitario o colectivo: pueblos enteros se dedican a la misma rama artesanal.
3. El arte popular es por lo general anónimo y en consecuencia pocas veces hay piezas firmadas; algunos artistas populares consagrados o de fama sí llegan a firmar sus obras.
4. El arte popular comúnmente es utilitario o cotidiano; son objetos con un fin práctico y dentro de ellos incluso se puede considerar a algunas piezas religiosas, pues las creencias del pueblo tienen expresiones día con día.
5. El arte popular está determinado por el medio ambiente, pues se realiza con materiales naturales del entorno propio de cada población o región.

Por otra parte, el arte popular es una fuente donde abrevan los artistas plásticos; el arte popular nutre y frecuentemente da sentido al arte en general. Baste ver las obras de José Guadalupe Posada (grabador ubicado en la frontera misma de ambas artes), la mayoría de los muralistas mexicanos, las pinturas de Diego Rivera y muchas de Frida Kahlo, casi todas las de María Izquierdo y Chucho Reyes. Cabría preguntar si los intensos colores en las casas diseñadas por Luís Barragán no fueron inspirados por el arte popular mexicano.
Una importante corriente considera que la modernidad está en contra de la tradición y que cualquier evolución exógena del arte popular es indebida; otros piensan que las influencias pueden enriquecer. De alguna manera hay dos posiciones antagónicas: “al arte popular no hay que tocarlo ni con el pétalo de una rosa” y la contraria, “renovarse o morir”. Lo cierto es que toda tradición se inicia en algún momento y va cobrando forma y fuerza al paso del tiempo.

La cocina mexicana, patrimonio cultural
Un ejemplo destacado de la incomprensión (cuando menos) que existe en muchas personas acerca de las culturas populares como parte de la cultura en general es el caso de la alimentación. La cocina de un pueblo, como el arte popular (de hecho también lo es) es tangible de manera obvia, y sin embargo esconde trascendentes aspectos intangibles, tradicionales e incluso rituales.
Mucho más allá de la mera subsistencia material, la cocina mexicana es una matriz cultural que constituye un poderoso factor de identidad nacional, tanto hacia el interior de nuestras fronteras como entre los mexicanos que viven en otros países.
El sustento cotidiano trasciende la gastronomía y sus recetarios para integrar un sistema cultural que abarca religiosidad y rituales (tanto de filiación indígena como cristiana), secular manejo armónico del medio ambiente, hábitos de añejo arraigo y vínculo social, equilibrio nutricional tradicional y, por supuesto, prácticas e ingredientes culinarios característicos que han rebasado los linderos de la nación.
El alimento del mexicano conforma un todo como eje cultural que gira de lo simbólico a lo pragmático, de la cohesión social y familiar a la economía doméstica, de la natura a la cultura y a la agricultura, desde el surco hasta la mesa.
Original y auténtica, ariete proverbial de usos y costumbres, promotora de trabajos comunitarios, causa y efecto de manifestaciones culturales intangibles, la cocina mexicana es un tronco cultural vivo, vigente, con unicidad e integralidad.
En este marco excepcional de megadiversidad natural y cultural que aportó numerosos alimentos fundamentales al mundo, hay un protagonista histórico integrado en ambas vertientes: el maíz, una gramínea nacida silvestre en medio de ese edificante entorno biodiverso y convertida, gracias a la creatividad humana, en el principal elemento de supervivencia
y desarrollo.
Este cereal ha sido fuente de vida espiritual y material. En pleno siglo XXI, el maíz en México es dogma y es liturgia, es historia y es leyenda, es tradición y está vivo. Es vida cotidiana, es moneda, es ornato y es alimento,
es sustento del alma y del cuerpo. El maíz es elemento esencial del patrimonio natural y del patrimonio cultural de este país.
La milpa, cuna y morada del maíz que también cobija a otros comestibles tradicionales, es mucho más que un ecosistema: es en realidad un sistema de vida con una continuidad histórica que alcanza milenios. El futuro de
muchos millones de mexicanos seguirá vinculado con ese sistema de vida,
de manera simultánea con las implicaciones “culturales” de la globalización.
Culinaria aparte, atinado sería denominar a este fenómeno social como “cultura de la milpa” (aquí sí usada con tino esta palabra), habida cuenta de que se trata de un entramado filosófico y antropológico con cimientos en cosmogonías aún vigentes en muchos pueblos de México y no sólo indígenas, pues la mexicanidad se asocia con el hilo conductor de la milpa por encima de un enfoque étnico.
En realidad el sustento histórico del pueblo mexicano es una trilogía formada por el maíz, el frijol y el chile, hijos todos de la milpa. Este último fruto no es un simple condimento, sino que tiene un importante papel cultural como emblema de lo mexicano, y también cubre una trascendente responsabilidad nutriológica, al potenciar la digestibilidad de las proteínas que contienen el maíz y el frijol. Ese complejo alimenticio dio lugar a culturas tan desarrolladas como las mesoamericanas, ejemplos de evolución científica y artística
en la historia universal.
El frío desarrollo económico, cual meta ajena a los valores culturales de la nación, ha propiciado desde hace ya tres lustros políticas públicas desalentadoras del cultivo del maíz. Crece la dependencia alimentaria y con ella un empobrecimiento nutricional y cultural.
El gran reto es conservar la megadiversidad física y cultural por sí mismas, y como marco de la civilización y cultivo de la milpa. Un desarrollo sustentable enlazado con la tradición, con la historia y con el futuro: la sustentabilidad como desafío ambiental y económico, pero también como desafío cultural. Ese reto tiene que ver con la fragilidad de semejantes riquezas: la biodiversidad asediada por la depredación inconsciente o corrupta; la diversidad cultural confrontada con la globalización, que la agrede aunque en algún sentido a veces la nutre.
Estas reflexiones pretenden rebasar lo meramente cultural: los hábitos alimenticios mexicanos, el patrimonio cultural intangible, impactan el desarrollo del país. Las asechanzas económicas y culturales que concurren contra la cocina mexicana como sistema vital no han triunfado. Recuérdese que pueblos fieles a sus costumbres alimenticias tienen la mayor afluencia turística del mundo (Italia, Francia, España y adviene China). El turismo es uno de los pilares de esas tres economías.
La cultura y dentro de ella sobre todo el patrimonio cultural, está imbricada, debe estar imbricada, con el desarrollo. La frialdad del cubículo, el éxtasis del esteta, la inspiración poética y musical, cuando se humanizan pueden alcanzar la cúspide.

 

 

 

 

PRESENTACIÓN
SE ABRE EL TELÓN: PALABRAS INICIALES
Miguel Alonso Reyes
David Eduardo Rivera
PRIMER ACTO: PATRIMONIO, GESTIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
Patrimonio cultural intangible y desarrollo en el México megadiverso
(Conferencia magistral)
José N. Iturriaga

La gestión cultural y la contrucción de poder. El mundo en gestión
(Conferencia magistral)
Héctor Ariel Olmos
Ricardo Santillán Güemes

Hacia un modelo democrático de política cultural
Eudoro Fonseca

SEGUNDO ACTO: LA CULTURA EN EL DESARROLLO INTEGRAL
La promoción y gestión cultural en la perspectiva de la dimensión cultural del desarrollo
Adrián Marcelli

Gestión cultural y desarrollo socioeconómico: asuntos transversales de la sostenibilidad
(Conferencia magistral)
Winston Licona Calpe

Políticas culturales públicas urbanas en América Latina
Liliana López Borbón

Identidad cultural
Carlos de la Mora

Identidad y globalización
José Antonio Mac Gregor

Arte y consumo artístico
Othón Téllez

TERCER ACTO: CAPACITACIÓN DE PROPMOTORES Y GESTORES CULTURALES
Capacitación y formación
Clara Mónica Zapata J.

Uso y desuso del patrimonio cultural. Retos para la inclusión social en la Ciudad de México
Ana Rosas Mantecón

Un vistazo al Sistema Nacional de Capacitación y Profesionalización de Promotores y Gestores Culturales de México

Intención educativa de promotores y gestores culturales
Alfonso Hernández Barba

Taller de mercadotecnia cultural (reseña)
Ana Lucía Recamán M.

Promoción de la lectura y la escritura
Ana Rosa Díaz Aguilar

Educación, conocimiento y convivencia
Salvador Aburto M.

Desarrollo humano y cultura: una visión humanista de la diversidad
María Elena Figueroa Díaz

CUARTO ACTO: COMUNIDADES EMERGENTES Y CIBERCULTURA
Ambientes culturales y mundos mediáticos
Héctor Gómez Vargas

Fuentes conceptuales de la cibercultura
Jesús Galindo Cáceres

SE CIERRA EL TELÓN: DISCURSO DE CLAUSURA (Fragmento)
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