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Desarrollo humano y cultura:
una visión humanista de la diversidad

María Elena Figueroa Díaz

Los instructores de los cursos de formación para promotores culturales realizan su trabajo a partir de su experiencia, formación y aproximación al fenómeno de la cultura, que imprime una cierta tonalidad a sus reflexiones. Antropólogos, artistas plásticos, dramaturgos, economistas, abogados, historiadores, pedagogos, bailarines, entre otros, muchos de ellos también promotores culturales de enorme experiencia, han participado en programas de formación y han tenido contacto con un sinnúmero de personas, todas con contextos y visiones del mundo distintos entre sí.
En mi caso, fue desde la filosofía, la psicología humanista y el desarrollo humano que me interné en el mundo de la capacitación para la promoción cultural. Primero como docente en cursos de desarrollo humano y trabajo en equipos, después de desarrollo humano y creatividad y, finalmente, de desarrollo humano y cultura. La experiencia ha sido muy positiva, y no siempre fácil. La diversidad de públicos obliga a ajustar contenidos, seleccionar dinámicas, repensar ideas y conceptos obvios y aceptados por unos pero no por otros... En fin: a ser autocríticos, aprender de los otros sistemáticamente, y no casarse con creencias o prejuicios.
Observar, por un lado, la tendencia que existe a asumir una visión humanista del ser humano dentro del trabajo cultural en muchos grupos de capacitadores, gestores y promotores, y ver en varios casos la disposición
de muchos grupos para adoptar una visión más sensible del ser humano y, por el otro, considerar que esa misma postura, no siempre acogida por algunos grupos, ha derivado en un gran aprendizaje: sostener y afirmar dicha posición humanista por una parte, y por la otra tomar en cuenta que dicha postura, derivada del movimiento del potencial humano, debe ser ajustada y adaptada para convertirse en una herramienta útil y congruente para diversos grupos humanos y un instrumento eficaz en los diversos contextos de la promoción cultural.
Existen básicamente dos acepciones del término “desarrollo humano”. La primera es el concepto de desarrollo humano como “movimiento del potencial humano”, impulsado a mediados del siglo XX en Estados Unidos, principalmente por psicólogos y estudiosos que habían roto con el psicoanálisis y que se abocaron a descubrirle nuevas facetas para gestar una visión más personalizada y sensible del humano. En este contexto, desarrollo humano es una visión del ser humano que parte de premisas positivas sobre el potencial de cada persona, sobre sus necesidades y las condiciones necesarias para su pleno desarrollo y realización;1 aspira al desarrollo pleno del individuo en diversas áreas de la acción humana y ha incidido en los ámbitos de la educación, el trabajo, las organizaciones, el trabajo social con comunidades y en la salud, entre otros.
La segunda acepción ha sido desarrollada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (UNESCO) y por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ésta considera el desarrollo humano como el producto de un indicador que mide con cierta objetividad el grado de desarrollo del lugar donde vive la persona y sus posibilidades para desarrollarse plenamente en él como ser humano. El indicador contiene tres rubros: educación, salud, e ingreso per cápita, y mide otros indicadores secundarios tales como el número de teatros, escuelas, museos, kilovatios per cápita, disponibilidad de agua potable, ingesta de kilocalorías por individuo, etc. De esta manera,

el desarrollo comprende no sólo el acceso a los bienes y servicios, sino también la oportunidad de elegir un modo de vida colectivo que sea pleno, satisfactorio, valioso y valorado, en el que florezca la existencia humana en todas sus formas y en su integridad. En esta perspectiva, incluso los bienes y servicios más importantes en la visión limitada y convencional son considerados valiosos solamente por ampliar nuestra libertad, de acuerdo con nuestros valores. Por lo tanto, la cultura, por importante que sea como instrumento (u obstáculo) del desarrollo, no puede ser relegada a una función subsidiaria de simple promotora (o fenómeno) del crecimiento económico. El papel de la cultura no se reduce a ser un medio para alcanzar fines –pese a que, en el sentido restringido del concepto, ése es uno de sus papeles–, sino que constituye la base social de los fines mismos. El desarrollo y la economía forman parte de la cultura de los pueblos.2

Cabe destacar que ambas concepciones se pueden complementar para dar una visión del desarrollo de la persona de su entorno, y de las condiciones tanto subjetivas como objetivas para su realización. Asumen que debe haber una base mínima para el desarrollo, pero las condiciones económicas o materiales no son suficientes para lograr dicho desarrollo; dan la palabra al actor, al individuo, y asumen que en todo proceso no puede haber imposiciones desde fuera, sino que el desarrollo debe ser de alguna manera endógeno y autogestivo.
Para José Antonio Mac Gregor la inclusión del desarrollo humano en la formación de promotores culturales obedece a la necesidad de superar inercias y renovar el papel transformador de la cultura:

la promoción cultural es concebida como una praxis de la libertad a la manera freiriana, es decir, como proceso permanente de reflexión-acción colectiva para el cambio social; que sea capaz de construir “puentes” que permitan los diálogos culturales, por los que puedan transitar promotores para crecer y promover el crecimiento de sus comunidades mediante el conocimiento del “otro”, esa curiosa experiencia de la “alteridad” que facilita la confrontación [...] con lo ajeno para fortalecer los procesos de autoafirmación.3

El trabajo de promotoría cultural debe ser un trabajo profundamente respetuoso de la diferencia, que no sólo tolere sino que promueva dicha diferencia, le ayude a tener una voz y un espacio propios, en fin, que permita el desarrollo pleno de los seres humanos involucrados en determinados procesos culturales.
Por su parte, Adrián Marcelli insiste en la existencia de un sólido vínculo entre desarrollo humano y cultura:

Tanto el desarrollo humano como el desarrollo económico requieren tener como punto de referencia el desarrollo humano, y éste es posible a partir de la cultura propia de las personas, esto es, que cuando las personas viven juntas, compiten, trabajan, se contradicen de cierta manera y cooperan, es la cultura la que los vincula, posibilitando el desarrollo personal; también es ella la que define las relaciones con la naturaleza y con el orden que quieren seguir en su relación entre sí y con el mundo.4

De este modo todas las formas culturales están determinadas por factores culturales. Esta idea ha sido ampliamente sustentada por la UNESCO, que ha fortalecido la dimensión cultural del desarrollo como una esfera fundamental que no se puede menospreciar ni evadir a la hora de llevar a cabo programas que busquen la potenciación de los recursos y la productividad de una región o de un pueblo. Los indicadores cualitativos (que definen a grandes rasgos la dimensión cultural del desarrollo) sirven para detectar las creencias y la naturaleza de una cultura, y tienen que tomarse en cuenta a la hora de implementar cualquier proyecto de desarrollo. Entre ellos sobresalen los siguientes:
• La relación con el tiempo (vinculada con las creencias pero también con las desigualdades sociales: la percepción del futuro y las actitudes al respecto están condicionadas en parte por la precariedad de la situación económica de las personas).
• La relación con el medio ambiente (percepción de la naturaleza, gestión con el patrimonio ecológico, percepción del espacio, modos de vida).
• La relación con el cuerpo y con la alimentación (percepción de la enfermedad y la muerte, demografía, tabúes y costumbres alimentarias y sexuales, relación con el trabajo y la jerarquía).
Incluso cuando se habla de indicadores que deben ser tomados en cuenta para valorar los distintos proyectos de desarrollo de las comunidades, entran en juego factores culturales que nos remiten a una manera particular de ver al mundo y de interactuar con él. No es nuestro caso; refiero este punto para mostrar que el desarrollo humano es visto como desarrollo cultural desde muchas facetas. Y que la esfera de lo cultural no puede ser dejada a un lado a la hora de reflexionar, estudiar, tratar, convivir y trabajar con personas.
Afirma la UNESCO:

si bien es fácil trabajar con todo lo que pertenece al orden del cálculo racional, estratégico, es más difícil captar lo que es esencial en toda cultura, a saber, lo simbólico y lo imaginario. Hay en ello una “ausencia de poder” difícil de aceptar por los científicos y los operadores de terreno. La sensibilización respecto a la dimensión cultural del desarrollo equivale en parte a admitir de modo racional los límites de la racionalidad científica, y a trabajar a partir de ese reconocimiento.5

La dimensión cultural del desarrollo general alude a una dimensión profundamente humana que nos pertenece a todos, que permite nuestro crecimiento como seres con sentido, con proyectos de vida, con valores y aspiraciones, deseosos de significado y de proyección en nuestras creaciones. Y es esa dimensión humana la que le preocupa al desarrollo humano, que siempre, como lo indica el antropólogo argentino Héctor Ariel Olmos, es desarrollo cultural. Afirma, además, que la cultura se convierte en una forma integral de vida, que da cuenta de las relaciones de los individuos con su comunidad, con otras comunidades, con la naturaleza, con lo sagrado y consigo mismos, con el propósito de dar continuidad y sentido a la totalidad de su existencia.
Más aún, esta esfera cultural está ligada a la esfera de lo personal: la persona se desarrolla como individuo en cultura; sus procesos internos y su desarrollo psicoafectivo y social están determinados culturalmente. Esto debe ser tomado en cuenta tanto por los promotores culturales como por los promotores del desarrollo humano.
La capacitación de promotores culturales, que incluye una visión humanista del ser humano, no puede quedarse en la mera información acerca de las dos acepciones básicas del desarrollo humano, sino que, dentro de la dinámica de la capacitación misma, y más acorde con el contexto de trabajo para el promotor cultural, intenta sensibilizar al promotor para que se observe a sí mismo dentro de su trabajo como puente entre grupos distintos, traductor muchas veces, gestor de procesos que implican no sólo productos culturales sino seres humanos en complejos procesos, ya que en ellos están implicados sus pensamientos, emociones, creencias, aspiraciones y valores. Esto implica repensar el desarrollo humano como una serie de procesos necesariamente contextuados, para que tengan sentido y sean útiles en la práctica.
Así, como se ha apuntado, el desarrollo humano promovido por el movimiento del potencial humano, en términos generales, parte de una confianza plena en el ser humano como un ser capaz de potenciar sus capacidades; de ser experto de sí mismo; de la importancia de aprender a vivir el aquí y el ahora; de la necesidad de lograr una personalidad saludable y aprender a tener un manejo sano de las emociones; asimismo, parte de la idea fundamental de que el aprendizaje tiene que ser significativo para que sea genuino, y de que en todos los procesos sociales la persona individual no se puede perder en las dinámicas colectivas, que tiene procesos internos que hay que develar y trabajar para que logre un desarrollo pleno de sentido.
Mi experiencia al trabajar con promotores culturales me ha permitido visualizar que el desarrollo humano también se está enriqueciendo con una visión pluralista de la cultura y de la diversidad cultural, y eso ha hecho que el desarrollo humano como movimiento del potencial humano también sea una valiosa herramienta que permite, en el contexto cultural, el equilibrio entre necesidades de distintas dimensiones, materiales y espirituales, en un grupo humano; un empoderamiento más efectivo de individuos y grupos; una ubicación de las propias necesidades y prioridades, individuales y comunitarias; una posibilidad para escuchar otras versiones de lo que es el desarrollo, el bienestar, la realización, y no nada más una visión válida e interesante, pero no universal ni mucho menos útil para grupos distintos al que dio origen a esta concepción.
El desarrollo humano dentro de un contexto cultural puede servir también para el fortalecimiento de organizaciones sociales, traducir lenguajes y códigos, respetando la visión particular de la realidad de cada comunidad: para fortalecer así vías alternas de apoyo al desarrollo de comunidades que confronten el asistencialismo y que logren proyectos de desarrollo desde y para las propias personas involucradas.
Podemos decir que el desarrollo humano puede aportar al pluralismo cultural y a la promotoría cultural un enfoque valioso y congruente con visiones alternativas y más democráticas de la cultura. Este enfoque parte de:
• Una reivindicación de la persona.
• Una idea humanista del ser humano. La idea del hombre como “experto de sí mismo”, de sus capacidades y necesidades.
• Una idea de la dignidad y el respeto intrínsecos a la persona humana, fundamentada filosófica y racionalmente. Un fundamento sólido para el respecto y el fomento a la diversidad.
• Un énfasis en las relaciones culturales más que en los productos acabados. Lo que importa es el hacer, la convivencia, la relación, el construir juntos un mundo propio.
Finalmente, es necesario seguir fortaleciendo una visión humanista dentro del trabajo que realizan los promotores culturales en todo el país. Esto implica, del lado del promotor, un trabajo sobre sí mismo, un trabajo para afinar las relaciones interpersonales que mantiene, una revaloración de los procesos y los productos culturales a la luz del individuo involucrado; y del lado del desarrollo humano un arduo trabajo para hacer cada día más congruentes los postulados humanistas con una visión plural de la cultura, y por lo tanto, del ser humano.

 

 

 

 

 

PRESENTACIÓN
SE ABRE EL TELÓN: PALABRAS INICIALES
Miguel Alonso Reyes
David Eduardo Rivera
PRIMER ACTO: PATRIMONIO, GESTIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
Patrimonio cultural intangible y desarrollo en el México megadiverso
(Conferencia magistral)
José N. Iturriaga

La gestión cultural y la contrucción de poder. El mundo en gestión
(Conferencia magistral)
Héctor Ariel Olmos
Ricardo Santillán Güemes

Hacia un modelo democrático de política cultural
Eudoro Fonseca

SEGUNDO ACTO: LA CULTURA EN EL DESARROLLO INTEGRAL
La promoción y gestión cultural en la perspectiva de la dimensión cultural del desarrollo
Adrián Marcelli

Gestión cultural y desarrollo socioeconómico: asuntos transversales de la sostenibilidad
(Conferencia magistral)
Winston Licona Calpe

Políticas culturales públicas urbanas en América Latina
Liliana López Borbón

Identidad cultural
Carlos de la Mora

Identidad y globalización
José Antonio Mac Gregor

Arte y consumo artístico
Othón Téllez

TERCER ACTO: CAPACITACIÓN DE PROPMOTORES Y GESTORES CULTURALES
Capacitación y formación
Clara Mónica Zapata J.

Uso y desuso del patrimonio cultural. Retos para la inclusión social en la Ciudad de México
Ana Rosas Mantecón

Un vistazo al Sistema Nacional de Capacitación y Profesionalización de Promotores y Gestores Culturales de México

Intención educativa de promotores y gestores culturales
Alfonso Hernández Barba

Taller de mercadotecnia cultural (reseña)
Ana Lucía Recamán M.

Promoción de la lectura y la escritura
Ana Rosa Díaz Aguilar

Educación, conocimiento y convivencia
Salvador Aburto M.

Desarrollo humano y cultura: una visión humanista de la diversidad
María Elena Figueroa Díaz

CUARTO ACTO: COMUNIDADES EMERGENTES Y CIBERCULTURA
Ambientes culturales y mundos mediáticos
Héctor Gómez Vargas

Fuentes conceptuales de la cibercultura
Jesús Galindo Cáceres

SE CIERRA EL TELÓN: DISCURSO DE CLAUSURA (Fragmento)
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